• El Señor volverá

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    1 de junio de 2025- La Ascensión del Señor

    El Papa Francisco, antes de morir, había ya pensado la puesta en práctica de las propuestas de la asamblea sinodal terminada en octubre pasado. Había definido ya un itinerario que culminaría en octubre de 2028 con una asamblea eclesial en Roma. Su muerte ha dejado, por el momento, en suspenso este proyecto , en espera que el Papa León muestre su conformidad. No dudamos que éste es un decidido impulsor del proceso sinodal. Hay que continuar moviéndose si no queremos ser objeto de  de los reproches hechos a los apóstoles: ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? (Hech 1,1-11). Lo que se les echa en cara no es tanto “el mirar al cielo”, como “el estarse ahí plantados”, el no moverse. El creyente es un caminante con los pies sobre la tierra, pero mirando al cielo. Su vida está marcada por la dimensión vertical y horizontal de su existencia.

    El creyente no puede quedar reducido a su dimensión horizontal, que se realiza en la historia. Creado a imagen de Dios, sólo alcanza su realización plena en Cristo resucitado y sentado a la derecha del Padre. En Jesús, la humanidad ha llegado a su meta, entrar en la gloria de Dios, participar de la vida misma de Dios. Esa es también la esperanza a la que nosotros somos llamados y que tendrá lugar en el final de la historia, anticipado ya en  la aventura de Jesús de Nazaret. El hombre sobrepasa verdaderamente el hombre. El hombre ha sido y es objeto del amor de Dios y sigue siendo objeto de las preocupaciones de la Iglesia, enviada por Jesús a proclamar la Buena Noticia al mundo entero. La Iglesia es portadora de esa bendición que Jesús le dio al partir. Una bendición que es promesa de prosperidad y salvación para toda la humanidad.

    Es verdad que en el pasado la dimensión vertical, que orientaba al hombre hacia la eternidad, no era capaz de asumir la realidad histórica de este mundo. Hoy día los cristianos nos comprometemos a fondo con la historia del hombre y no nos quedamos cruzados de brazos mirando al cielo  Ahora es el tiempo de la evangelización, de transformar el mundo en Reino de Dios (Lc 24,46-53). Este mundo sigue estando todavía lejos de lo que Dios quiere que sea. Hay todavía demasiado sufrimiento e injusticia. El Señor sigue presente en nuestro mundo a través de su Espíritu que anima toda la historia humana. Él es el que alienta todo este deseo de liberación que vemos en los diversos pueblos y culturas. La Iglesia acompaña la peregrinación de los pueblos hacia la meta y hace presente la salvación mediante los signos que el Señor sigue realizando en la historia.

    La experiencia de la presencia del Señor resucitado nos hace permanecer fieles a la tierra sin olvidar la meta de nuestro caminar. Nos empeñamos en serio en transformar nuestro mundo en una tierra nueva, en que habite la justicia, y no nos dejamos atrapar por la tentación de un mundo puramente unidimensional en el que desaparece la dimensión vertical del hombre. Sólo manteniendo la dimensión vertical de relación con Dios adquirimos verdadera profundidad y arraigo en la existencia. La dimensión horizontal nos sitúa en el horizonte histórico absoluto abierto por Jesús, en el futuro de Dios, que nos lleva a mirar más allá de nosotros mismos para abrirnos a los confines universales de nuestro mundo.

    El Señor nos ha confiado este mundo para que lo evangelicemos en espera de su venida gloriosa. En realidad el Señor no está ausente de este mundo. Como Señor Resucitado, sentado a la derecha del Padre, tiene señorío sobre todo lo creado. Él, a través de su Espíritu lo penetra todo.  Él sigue actuando en sus enviados, a los que no ha dejado solos. Él es el centro y la meta de la historia humana. En ella Dios, a través de nuestras pobres historias, va escribiendo su historia de salvación que hace que el hombre entre en la intimidad de Dios. La presencia de Jesús, ya al lado del Padre, es para todos nosotros la garantía de que un día nos reuniremos con Él. Entretanto en la celebración eucarística avivamos nuestra esperanza y tomamos fuerzas para llevar adelante la misión que Él nos dejó al partir.


  • El Espíritu os lo recordará todo

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    25 de mayo de 2025 –  6 Domingo de Pascua

    Durante la mayor parte de la historia, la humanidad ha vivido en una cultura oral, en la que la memoria era la guardiana de las experiencias de los pueblos. Desconocer esa historia condena al hombre a repetir los errores pasados. Desgraciadamente memoria histórica puede ser sesgada y tergiversada. La memoria de los datos de nuestra vida constituye un material de gran importancia en la construcción de nuestra identidad personal y social.  Sin esa memoria somos viajeros sin equipaje, que vamos con lo puesto y a la intemperie, sin saber de dónde venimos y adonde vamos. . 

    El cristianismo está vinculado a la memoria de la experiencia del Señor Resucitado que nos han transmitido los apóstoles. Hacer memoria de Él, es hacerlo presente en la realidad de nuestras vidas. De esa manera nuestras existencias están ancladas en la gran Tradición, que no es el pasado, sino más bien el presente de la vida eclesial. ¿Cómo se actualiza ese pasado? No es el esfuerzo de nuestro memoria retrocediendo hacia atrás y que nos lo trae hacia el ahora. Es la acción del Espíritu Santo que hace actual el misterio de Cristo. El Espíritu actúa constantemente en la Iglesia, en cada uno de los creyentes y en todo el mundo. El Espíritu nos introduce en el misterio inagotable de Cristo (Jn 14,23-29). Toda la historia de la Iglesia es vivir y hacer presente ese misterio.

    El primer fruto de la acción del Espíritu, que nos hacer recordar lo que Cristo ha dicho, son los Evangelios, las Cartas de los Apóstoles y demás escritos de Nuevo Testamento, inspirados por ese Espíritu. Es verdad que el Espíritu estaba actuando ya antes de la venida de Cristo y por su inspiración se puso por escrito el llamado Antiguo Testamento. En él se recuerda y se actualiza la historia de la salvación de Dios con su pueblo Israel.

    El Espíritu hace que las enseñanzas de Jesús no sean simplemente un libro cerrado sino una realidad viva donde el creyente encuentra vida. De esa manera la Iglesia no repite mecánicamente lo que recibió de Jesús sino que mediante el Espíritu va penetrando cada vez más en la revelación de Dios (Hechos 15,1-2; 22-29). No se trata de una comprensión puramente intelectual sino más bien de una realidad vivida según las exigencias de cada época, de manera que el Evangelio sea siempre Buena Nueva para cada pueblo, cada cultura y cada situación histórica. Cada uno de los creyentes, a través de su propia experiencia vital de encuentro con Cristo, va enriqueciendo la realidad de la fe cristiana, que es capaz de encarnarse en todas las culturas.

    El Espíritu es el Maestro interior que actúa en la Iglesia y en cada uno de nosotros. Él es la garantía de la verdad que la Iglesia enseña y hace que ésta no se desvíe nunca de la Tradición que comienza en Jesús y a través de la misma Iglesia llega hasta nosotros. La presencia del Espíritu en cada uno de nosotros hace que la enseñanza de Jesús propuesta por la Iglesia no sea algo exterior impuesto, sino que encuentra inmediatamente su eco en lo que el creyente aprende directamente del Espíritu. Él crea esta sintonía entre el creyente y la Iglesia de Cristo.

    Pero el Espíritu actúa también en el mundo y pone en el corazón de todos los hombres de buena voluntad el deseo de construir una ciudad nueva (Apoc 21, 10-14.22-23). Esa ciudad es al mismo tiempo don de Dios que viene del cielo y tarea humana de todas las generaciones. Los cristianos compartimos con todos los hombres el compromiso de construir la paz en una sociedad justa y fraterna.

    El Espíritu nos enseña a través de las acciones de Jesús que actualizamos en la celebración de la Eucaristía. Pidámosle que Él nos introduzca en el misterio de Cristo para que lo podamos vivir y hacer presente en nuestro mundo.


  • El mandamiento nuevo

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    18 de mayo de 2025 – Quinto Domingo de Pascua

    Los grupos marginados, que luchan por abrirse paso en la sociedad, se manifiestan públicamente, con signos provocativos. La pequeña comunidad cristiana era consciente de que tenía la misión de hacer presente en el mundo amor de Dios manifestado en la vida y la entrega de Jesús. No se trataba hacer propaganda para ser más y tener más poder. Querían con su testimonio de alegría y de amor mutuo mostrar a los demás el camino de la felicidad, el camino de la salvación. Jesús quiso que el amor mutuo fuera la señal distintiva de sus discípulos.

    Fue ese amor fraterno, traducido sobre todo en las obras de misericordia, lo que impactó al imperio romano cuando la fe cristiana fue reconocida como lícita, antes de ser declarada religión del imperio. El cristianismo aportaba una visión nueva de la realidad, sobre todo del tema de la pobreza imperante. Para el imperio, era natural que hubiera pobres y ricos. Para la fe cristiana, los pobres eran los preferidos de Dios y debían ser objeto del cuidado de los que tenían bienes. Esa solidaridad, ese compartir, era algo totalmente nuevo e incluso alguno de los emperadores paganos comprendió la necesidad de un estado mucho más social.

    Jesús va a hacer del amor fraterno la señal de pertenencia a la comunidad de sus discípulos. Como Jesús indica, se trata de un mandamiento nuevo (Jn 13,31-35). Existía ya el mandamiento de amar a los demás. Amar a los que nos aman o nos son simpáticos es una realidad agradable que no necesita ser mandada porque nos sale espontáneamente. Pero como a veces tenemos que amar a los que nos son antipáticos, incluso a nuestros enemigos, por eso Dios dio a su pueblo el mandamiento del amor al prójimo.

    Pero Jesús nos dice que es un mandamiento nuevo porque ya no es “amar al prójimo como a ti mismo” sino amar como Jesús nos ha amado. Amamos porque antes hemos sido amados. Es la experiencia que hace toda persona que se ha sentido amada desde su nacimiento e incluso antes. Como Jesús, amado por el Padre, estamos dispuestos a dar la vida por los demás e intentamos hacerlo en el día a día. Claro está que ese amor es la señal de los discípulos de Jesús, porque hace presente a Jesús en medio de su comunidad. Al ver cómo se aman, todos recuerdan que están actualizando la vida misma de Jesús.

    Sin duda alguna el mandamiento nuevo del amor supone que hay una nueva realidad en el Pueblo de Dios. Este ya no se reduce al Israel histórico sino que se ha abierto también a los paganos, a los que Dios había abierto la puerta de la fe (He 14,21-26). Ha sido la resurrección de Jesús la que ha hecho unos cielos nuevos y una tierra  nueva (Apoc 21,1-5). Por eso el creyente vive el mandamiento nuevo del amor. Mediante la práctica de este mandamiento, el cristiano colabora con Dios a enjugar las lágrimas de los que lloran.

    Es Jesús mismo el que en cada uno de nosotros sigue amando a Dios y a los hermanos. Hay un único amor, que proviene del Padre. El amor viene de Dios y Dios es amor. Dios nos da la capacidad de amar como Él ama, es decir sin medida, dándose totalmente a sí mismo y aceptando el don del amor del Hijo en el Espíritu. Dios ha puesto su amor en nuestros corazones con el Espíritu que nos ha sido dado.  Sin ese don nunca hubiéramos sido capaces de amar como Jesús nos manda. Ese amor nos lleva a salir de nosotros mismos para ir al encuentro del otro y aceptarlo como distinto de mí. Nuestra tentación natural, al amar a los demás, es querer que sean como nosotros somos. Dios nos respeta en nuestra originalidad propia y no nos absorbe en Él. Mediante su amor hace que nosotros seamos nosotros mismos en plenitud.

    En la celebración de la Eucaristía se nos hace presente el amor de Dios en la entrega de su Hijo por nosotros. Acojamos ese amor y tratemos de hacerlo presente en nuestro mundo construyendo una civilización del amor.


Lorenzo Amigo

Es sacerdote marianista, licenciado en filosofía y filología bíblica trilingüe, doctor en teología bíblica. Ha sido profesor de hebreo en la Universidad Pontificia de Salamanca y de Sagrada Escritura en el Regina Mundi de Roma. Fue Rector del Seminario Chaminade en Roma de 1998 a 2012. Actualmente es párroco de San Bartolomé, en Orcasitas, Madrid.


Sobre el blog

La Palabra de Dios es viva y eficaz. Hacer que resuene en nuestros corazones y aliente en nuestras vidas. Leer nuestro presente a la luz de la Palabra escuchada cada domingo. Alimentarse en la mesa de la Palabra hecha carne, hecha eucaristía. Tu Palabra me da vida.


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