• Perder o lograr la vida

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    24 de septiembre de 2023 – 25 Domingo Ordinario

    El paro sigue siendo el mayor problema y preocupación para las familias españolas. Encontrar trabajo es cada día más difícil. Los que pierden el puesto de trabajo a una cierta edad experimentan que las puertas se le van cerrando. Existen sin duda trabajos, pero son trabajos precarios con fecha de caducidad. Y luego vuelta a empezar. Si el trabajador es un emigrante sin papeles, tendrá que trabajar en unas condiciones de explotación. Los jóvenes ven el futuro bloqueado. Ante esa situación, se pierden las ganas de estudiar, al constatar de que prácticamente las cosas están tan difíciles para los que tienen estudios como para los que no los tienen. La falta de preparación complica todavía más la situación.

    También en tiempo de Jesús los hombres se arracimaban ociosos en la plaza a ver si alguien venía a ofrecerles trabajo (Mt 20,1-16). La invitación de Jesús es reconfortante porque sigue ofreciendo trabajo en su viña. En la viña del Señor, en su Iglesia, no hay paro. Al contrario, hay mucho trabajo y pocos trabajadores.

    El dueño de la viña no parece un buen pagador y desde luego hoy día habría corrido el riesgo de ser denunciado por los sindicatos. El dueño de la viña, dando la misma paga a todos, parece que quiso asegurar una especie de salario mínimo que garantice a cada persona poder vivir con dignidad junto con toda su familia. El Señor parece hacer una opción a favor de la igualdad en vez de favorecer las horas extras o el grado de rendimiento. Es verdad que una vez más la lógica del evangelio no es la de nuestros especuladores, que buscan únicamente el lucro. Nuestra manera de actuar está muy lejos del estilo de Dios, de sus planes y caminos (Is 55,6-9).

    Es una maravilla el que Dios haya querido tener necesidad de los hombres para poder realizar su misión de establecer el Reino. Llama a todos y nunca es tarde para incorporarse a esta tarea. Las generaciones actuales tenemos la responsabilidad de asegurar el futuro de la Iglesia, llamando a las generaciones más jóvenes. Éstas siguen siendo generosas cuando se les presenta una misión que merezca la pena, en la que esté en juego el futuro del hombre, de la humanidad y del planeta tierra. Tendremos que seguir preguntándonos por qué nuestras iglesias se van quedando vacías de jóvenes.

    El ejemplo de Pablo es admirable (Filip 1, 20c-24. 27ª). Ha dedicado toda su vida a los demás para que sus fieles puedan llevar una vida digna del evangelio de Cristo. En la vejez pudiera pensar en un retiro cómodo e incluso considerar la muerte como una liberación de los trabajos y sobre todo como el ansiado encuentro con Cristo. Pero ahí lo tenemos dispuesto a seguir dando el callo porque sigue siendo necesario a los demás. Es lo que veo también en tantos de nuestros sacerdotes y religiosos que han superado ampliamente la edad de jubilación y siguen ahí en la brecha, porque consideran que su servicio a los demás es necesario para que los fieles puedan llevar una vida digna del evangelio. Pidamos en esta Eucaristía que el Señor siga enviando obreros a su viña.


  • Jesús, el Hijo de Dios

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    27 de agosto de 2023 – 21 Domingo Ordinario

    La persona de Jesús sigue atrayendo el interés de nuestros contemporáneos, como lo prueban las repetidas películas y musicales. Pero este interés no pasa muchas veces de ser anecdótico. Se lo presenta como una de tantas figuras famosas del pasado, como ya creían los contemporáneos de Jesús. Veían en Él una reencarnación de alguno de los grandes profetas como Jeremías o Juan Bautista. Por eso Jesús se encara con sus discípulos para que ellos den una respuesta personal y no simplemente aprendida en la historia o la catequesis.

    Fue Pedro el que entrevió y confesó el misterio de Jesús, el Hijo de Dios vivo. La respuesta de Pedro no era de las de manual sino inspirada directamente por el Padre. Aun así la continuación del evangelio mostrará que Pedro entendía el mesianismo de Jesús de una manera excesivamente política, como muchos de sus contemporáneos, que esperaban una liberación del poder de los romanos (Mt 16,13-20). Como ya el papa Benedicto insistía y el papa Francisco ha repetido nadie llega a ser cristiano porque ha leído el catecismo sino porque se ha encontrado personalmente con Cristo. El que ha hecho esta experiencia se siente fascinado por Jesús, quiere vivir como él y está dispuesto a entregar su vida por él.

    Los creyentes necesitamos profesar comunitariamente nuestra fe, que nos une como Iglesia. Lo importante no son las fórmulas en sí sino la realidad a la que apuntan. Pedro dio una de esas confesiones de fe que presentan a Jesús como el Mesías, como el Hijo de Dios. La fórmula tiene su sentido en el contexto del mundo judío y apunta a la especial vinculación de Jesús con Dios. De hecho las fórmulas cristológicas posteriores se irán concentrando en la filiación divina de Jesús. La respuesta de Pedro fue alabada por Jesús que la consideró una formulación directamente sugerida por Dios y no simplemente por la sabiduría del pescador de Galilea. Esta confesión de fe le valió a Pedro el ser la roca sobre la que Jesús construirá su Iglesia, pueblo de la Nueva Alianza. Este gesto fundacional coloca ya a Jesús en un puesto semejante al de Dios pues hace unas promesas sobre su comunidad que sólo Dios puede mantener.

    La fe de la Iglesia en Cristo Jesús ha mantenido siempre la realidad inseparable de su ser: verdadero Dios y verdadero hombre. La teología tradicional se preocupó sobre todo de la divinidad de Jesús, la investigación histórica más reciente ha ido descubriendo su realidad humana. Cada uno tendrá sus preferencias, pero siempre habrá que mantener ambos aspectos y sobre todo no querer condenar a los que dan formulaciones distintas a las mías, pero que quieren traducir esta doble dimensión del ser de Jesús. Es verdad que no todas las formulaciones son aceptables, pero debe ser el examen eclesial el que lo decida.

    No se entiende la realidad de Jesús si no se le reconoce como verdadero Dios. No basta decir que es un enviado de Dios o un mediador de salvación de parte de Dios. Jesús es la revelación definitiva de Dios al hombre, es decir la donación total de Dios al hombre. Jesús no sólo es el salvador sino que es la salvación. La salvación consiste en que Dios se nos comunica en Cristo Jesús, que nos incorpora a sí y nos introduce en la realidad de la vida divina. Por eso Jesús es objeto de nuestra fe. Y yo no puede creer en un simple hombre por más sublime que sea. Sería creer en un ídolo. Tan sólo puedo creer en Dios que es el absoluto. Si creo y pongo toda mi confianza en Jesús es porque Él es Dios. La celebración de la eucaristía actualiza la salvación en Cristo Jesús. Confesémoslo como nuestro Dios y nuestro Señor.


  • El pan de los hijos

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    20 de agosto de 2020 – 20 Domingo Ordinario

    La pandemia del coronavirus nos ha hecho caer en la cuenta de que hay millones de personas que viven amenazados constantemente por virus más terribles, sobre todo el virus del hambre. Hay unas categorías de personas que ya la Biblia resumía: el extranjero, el huérfano y la viuda. A menudo esas categorías se superponían. Y eso que la Biblia no añadía la de ser mujer.

    Hoy día se ha añadido el pobre que se presenta como una amenaza para las sociedades ricas. Ya no se trata del pobre que no quiere trabajar sino, por el contrario, del emigrante que busca trabajo y realiza los trabajos que los ciudadanos no quieren hacer. De nuevo en la pandemia se le ha echado la culpa a los temporeros que suelen ser emigrantes y los empresarios que los han contratado han intentado escurrir el bulto al no asegurarles unas condiciones de trabajo dignas. La Iglesia es la institución más globalizada y con más experiencia de lo que sería una auténtica globalización de la compasión y no simplemente de la miseria.

    Hoy día los emigrantes extranjeros, hombres y mujeres, nos dan lecciones de fe. Es verdad que ellos, como muestra la escena del evangelio, están atormentados por el peor de los demonios, el de la miseria, y muchas veces tienen que comer las migajas que caen de la mesa de los amos ( Mt 15,21-28). Éstos normalmente son los del país que los contratan y muchas veces se aprovechan de ellos. Muchos probablemente llevan todavía una vida de perros pues no han encontrado un trabajo legal que les permita ganarse la vida con dignidad. En esas situaciones desesperadas, tan sólo se puede esperar un milagro de Dios.

    La Iglesia, desde el principio, rompió los estrechos moldes del judaísmo para ir al encuentro de todos los pueblos y culturas y ser verdaderamente católica, es decir, universal. Ella tuvo esa capacidad admirable de encarnarse en la diversidad de culturas sin identificarse con ningún nacionalismo político, sino abierta siempre a la gran comunidad de los hijos de Dios. Los profetas habían tenido ya una intuición de que Dios no podía ser el patrimonio de un solo pueblo sino que también los extranjeros podían entregarse al Señor para servirlo (Isaías 56, 1.6-7).

    El gran reto es el pasar de un mundo de amos y “perros” a ser verdaderos compañeros de mesa que pueden compartir el mismo pan. Ése es el ideal cristiano que  hacemos presente en la celebración de la eucaristía. Todos sentados a la misma mesa, compartiendo un mismo pan y un mismo vino. El problema es que, cuando salimos de la iglesia, establecemos de nuevo las barreras y discriminaciones que habíamos suprimido al entrar.

    La tentación de excluir a los emigrantes es más grande cuando estamos viviendo un período de crisis económica. Tenemos la sensación de que los emigrantes nos quitan el trabajo y el bienestar. Olvidamos fácilmente que ellos han contribuido con su trabajo y esfuerzo al bienestar y la abundancia de hace pocos años. Nuestra solidaridad debe manifestarse en estos momentos de prueba de manera que no queramos descargar las consecuencias de la crisis sobre los colectivos más débiles. Que la celebración de la eucaristía nos dé entrañas de compasión de manera que estemos dispuestos a no excluir a nadie del banquete de la vida al que todos estamos invitados.


Lorenzo Amigo

Es sacerdote marianista, licenciado en filosofía y filología bíblica trilingüe, doctor en teología bíblica. Ha sido profesor de hebreo en la Universidad Pontificia de Salamanca y de Sagrada Escritura en el Regina Mundi de Roma. Fue Rector del Seminario Chaminade en Roma de 1998 a 2012. Actualmente es párroco de San Bartolomé, en Orcasitas, Madrid.


Sobre el blog

La Palabra de Dios es viva y eficaz. Hacer que resuene en nuestros corazones y aliente en nuestras vidas. Leer nuestro presente a la luz de la Palabra escuchada cada domingo. Alimentarse en la mesa de la Palabra hecha carne, hecha eucaristía. Tu Palabra me da vida.


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