11 de septiembre de 2016 – 24 Domingo Ordinario
Gran número de europeos de las últimas generaciones han nacido y viven “lejos de la casa del padre”. No parecen echar de menos la casa paterna que abandonaron sus abuelos. A lo mejor han vuelto a ella alguna vez como seguimos volviendo en el verano a la casa del pueblo del que emigramos. De niño nos gustaba pero pronto nos hemos empezado a aburrir y hemos buscado playas más concurridas. De la antigua casa paterna, de nuestra madre la Iglesia, se habla poco y casi siempre para echarle en cara lo que nos ha hecho o sigue haciendo.
Se habla mucho de la pastoral de los alejados, pero con resultados pobres. El hijo pródigo volvió a casa por sí mismo (Lc 15,1-32). Hoy día eso sería casi un milagro. Volvió porque tuvo un momento de lucidez para comparar su situación actual con la anterior y darse cuenta que le interesaba volver a la casa del padre. Las generaciones actuales no tienen la posibilidad de comparar y discernir porque han vivido siempre fuera de la casa del padre y no tienen experiencia de una manera de vivir distinta. Ha desaparecido la nostalgia de un mundo totalmente otro. Lo único que conocen es este mundo unidimensional, que sin duda no nos gusta, pero se ha borrado ya la memoria de que otro mundo es posible.
El papa Francisco en este año del Jubileo de la Misericordia no se ha resignado como el padre de la parábola a salir de casa a ver si veía volver al hijo sino que ha querido enviar por todo el mundo a unos “misioneros de la misericordia” que puedan encontrarse con tantos hijos pródigos. No sabemos cuáles están siendo los resultados. Sin duda alguna la Jornada Mundial de la Juventud ha sido un buen momento para que los jóvenes puedan conocer y vivir la realidad cristiana como fuente de alegría y de transformación personal.
La experiencia de Dios está hoy día bloqueada por el estilo de vida. Desde luego los que viven bien y sin problemas echan poco de menos a Dios. Los que lo pasan mal, maldicen la vida y a los gobernantes, y a lo mejor también a Dios, pero no se les ocurre el volver hacia Él. Para ello sería necesario entrar dentro de sí y eso, al hombre actual, le está resultando cada vez más difícil. Vive totalmente volcado hacia el exterior, perdido en la banalidad del presente. Sólo quien tiene memoria y tradiciones que recordar puede entrar en su corazón y darse cuenta de lo que está viviendo.
El mayor problema es que el panorama de la casa del padre no parece muy atrayente. Parece que sigue siendo el padre-patrón, del cual escapó el hijo pródigo para tener libertad. El espectáculo de los hijos fieles muestra que también para ellos sigue siendo el padre-patrón. Los alejados tienen miedo no sólo de no encontrar nada atractivo, sino también de perder las pocas cosas agradables que nos quedan. El reproche sigue siendo el de Nietzsche: “os veo poco resucitados”. Un cristianismo aburrido y letárgico tiene poco que ofrecer a los alejados. Por eso el papa Francisco nos orienta hacia la alegría del evangelio.
Sin duda el padre bueno no es simplemente el padre-norma, el padre-patrón. Es el Dios del amor y de la paz que puede fundar nuestras vidas de manera que nos sintamos amados y acogidos. Él puede hacer que sus hijos recapaciten. La experiencia de la misericordia de Dios convirtió a Pablo cuando se sintió llamado a ser apóstol de Jesús, precisamente cuando era su perseguidor (1 Tim 1,12-17). Era algo que él nunca se hubiera imaginado. Es lo que también nosotros vivimos cada vez que nos acercamos a la eucaristía. Participamos en el banquete que el Padre ha preparado para todos nosotros para celebrar nuestra reconciliación con Él y con nuestros hermanos.
Comentarios
Una respuesta a «El padre lo vio venir»
AGRADECER DE TODO CORAZÓN LA MISIÓN DE SERVICIO AL PADRE LORENZO. EL GRUPO QUE DIRIJO ESTA MUY CONTENTO CON LOS DIVERSOS TEMAS
DOMINICALES YA QUE LOS DIVERSOS COMENTARIOS Y REFLEXIONES EN LAS REUNIONES SEMANALES LES AYUDA MUCHO EN CONOCER Y AMAR A CRISTO, EN LA HISTORIA PERSONAL DE CADA CATEQUISTA. ESTAMOS MUY AGRADECIDOS (as).
DIOS LO BENDIGA.