22 de abril de 2018 – Cuarto Domingo de Pascua
La preocupación de la Iglesia se centra hoy día en los jóvenes. A ellos va estar dedicado el próximo Sínodo el mes de octubre. Los jóvenes son sin duda el futuro de la Iglesia. Es fundamental el que se les ayude a vivir intensamente la vida cristiana y se les acompañe en la elección del estado de vida, matrimonio, sacerdocio o vida religiosa. Para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones de este año el papa ha escrito un hermoso mensaje titulado “Escuchar, discernir, vivir la llamada del Señor”.
La convicción profunda que anima a toda la Iglesia es que el Señor sigue llamando y es necesario crear una cultura vocacional que ayude a todos los cristianos a descubrir su vocación particular. En realidad Dios llama a todo hombre, no sólo a los creyentes. Los llama a la vida para que realicen el proyecto personal de Dios sobre ellos. La vida no está regida por el azar y la casualidad sino que está acompañada siempre por la llamada de Dios y la invitación a responderle.
Tratamos, en efecto, de vivir el amor de Dios que ha hecho de nosotros sus hijos y, por tanto, hermanos entre sí. Es esta realidad la que verdaderamente alimenta la vida de los creyentes. Es esa corriente de amor que viene del Padre, a través del Hijo, la que anima la vida de la comunidad cristiana (1 Jn 3,1-2). Jesús, Buen Pastor, da la vida por nosotros y vivimos de su propia vida. Sólo en Él podemos encontrar la salvación (Hech 4,8-12). Él nos nutre con su palabra, con su cuerpo y su sangre.
El Papa invita a fijarnos en Jesús, en cómo él escuchó la llamada, la discernió y la vivió. Hoy día nos resulta mucho más difícil escuchar la llamada de Dios a causa del tipo de vida que llevamos. La mayoría de las personas no tiene nada contra Dios pero no tiene tiempo para ocuparse de él. Dios no aparece en su pantalla porque ya está saturada de programas y cosas interesantes. Es necesario que seamos capaces de hacer silencio en nuestras vidas para escuchar otro tipo de mensajes distintos a los ensordecedores que acaparan nuestra atención.
Jesús percibió la llamada de Dios a dar su vida a favor de su pueblo. Jesús descubrió su vocación de Buen Pastor (Jn 10,11-18). Dios nos llama a ayudar a los demás a vivir con intensidad la fe cristiana. Nos llama a hacer presente la vida de Jesús. Es una prueba de su amor, que exige una respuesta generosa por parte del que ha sido llamado. Como Jesús, todos estamos llamados a dar la vida por los demás.
Cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación sólo mediante el discernimiento espiritual. En el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu, descubriremos las elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida. La vocación cristiana siempre tiene una dimensión profética. Los profetas son enviados al pueblo en situaciones de gran precariedad material y de crisis espiritual y moral, para dirigir palabras de conversión, de esperanza y de consuelo en nombre de Dios. El profeta sacude la falsa tranquilidad de la conciencia que ha olvidado la Palabra del Señor, discierne los acontecimientos a la luz de la promesa de Dios y ayuda al pueblo a distinguir las señales de la aurora en las tinieblas de la historia.
El Señor nos sigue llamando a vivir con él y a seguirlo en una relación de especial cercanía, directamente a su servicio. Tan sólo desde la experiencia personal profunda del Señor resucitado es posible vivir nuestra misión. Pidamos en esta Eucaristía que el Señor siga ayudando a cada cristiano a descubrir y vivir la misión que le ha sido asignada por Dios.