Vivir de la Palabra de Dios

10 de marzo de 2019 – Primer Domingo de Cuaresma

El Papa Francisco, al final del “Encuentro sobre la protección de los menores en la Iglesia, confesaba: “en estos casos dolorosos de los abusos veo la mano del mal que no perdona ni siquiera la inocencia de los  pequeños”. En cierto sentido, en el mensaje para la cuaresma que estamos empezando, «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19), escrito medio año antes, anticipaba ya algunas de las reflexiones de fondo que deben acompañarnos durante nuestro camino hacia la Pascua. Si el creyente vive como persona redimida, beneficia también a la creación, pero la armonía de un mundo redimido, está hoy y siempre amenazada por la fuerza destructiva del pecado. El arrepentimiento y el perdón, sin embargo, poseen una fuerza regeneradora.

El evangelio de las tentaciones es sumamente elocuente. El maligno es especialista en ofrecer grandes ofertas a bajo precio (Lc 4,1-13). El sabe manipular a la perfección las necesidades y deseos del hombre. La primera tentación reduce la salvación a la satisfacción de las necesidades naturales del hombre. Poco importa que la solución sea automática y milagrosa, como le propone el diablo de convertir las piedras en pan, o venga de cualquier sistema político-social. La respuesta de Jesús hace ver que el hombre no vive sólo de pan, sino que necesita de la Palabra de Dios (Rm 10,8-13). Existe, sin duda, el hambre de pan, pero hay otras hambres que ponen al descubierto la esencia profunda del hombre, como oyente de la Palabra y abierto a la relación con Dios. Esa hambre de Dios queda hoy día sofocada por esta sociedad de consumo que da satisfacción a necesidades inventadas y olvida las verdaderas necesidades del hombre.

La segunda tentación es esperar la salvación del poder político, sea cual sea su sistema, democrático, dictatorial o totalitario. Todo sistema político en el fondo pretende una adhesión más o menos incondicional de los miembros de la comunidad social para poder funcionar. Para ello suele prometer la felicidad y la solución de todos los problemas humanos. Son pocos los políticos que se atreven a decir que hay problemas humanos que no se pueden resolver políticamente sino que necesitan otro tipo de soluciones. No sólo los totalitarismos sino también las democracias pretenden ofrecer la salvación a los pueblos. En nombre de los valores democráticos se hace la guerra para imponer la democracia en otros países, sin preguntarse si aquellas personas la quieren o están preparadas para ella. En el fondo el sistema del poder se convierte en una especie de Dios que pide reconocimiento absoluto.

La tercera tentación es un despliegue genial del tentador. Aparece como un manipulador consumado. Es capaz de usar incluso la Palabra de Dios para sus propios fines. La tentación consiste en querer que Dios nos salve de manera milagrosa, sin respetar el funcionamiento normal de nuestro mundo. En el fondo se trata de tener un Dios arbitrario, nada racional, pero que esté sometido a nuestro capricho. Si Dios no dirige el mundo como nosotros queremos no es Dios, o se dice que Dios no existe. Se le quiere enseñar a Dios cómo tiene que gobernar el mundo. En un mundo ideal tendría que desaparecer automáticamente todo el sufrimiento inocente. La oferta del diablo a Jesús es la de ser un Salvador vistoso y triunfante. Jesús considera esta propuesta como un tentar directamente a Dios y la rechaza inmediatamente. Él está decidido a seguir el camino del servidor sufriente, solidarizado con los hombres, que ofrece una salvación desde dentro de la humanidad y no venida de las nubes. Y la humanidad está hecha de hombres sufrientes y dolientes, por eso la salvación no consiste en eliminar el sufrimiento sino en asumirlo y transformarlos mediante el amor. Que la celebración de la eucaristía nos sitúe ya en el seguimiento de Jesús que camina hacia Jerusalén para cumplir la voluntad del Padre.


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