Transformar nuestros corazones

13 de marzo de 2022 – Segundo Domingo de Cuaresma

¿La pandemia nos ha hecho peores? A unos sí a otros no. La guerra total, como  la llama el está servida, también con la desaparición de la guerra fría. Pero las guerras de estos años estaban lejanas de nosotros y con poco impacto en nuestras vidas. Esta guerra nos está afectando, en nuestros corazones y en nuestros bolsillos. No cabe duda de que ha provocado una respuesta de solidaridad que permite seguir confiando en los hombres de buena voluntad. ¿Será posible volver al diálogo como forma de arreglar los conflictos entre los países? Creemos y esperamos que sí y que la paz vuelva pronto. Todos la necesitamos. Ya ha habido demasiadas muertes y demasiada destrucción. De las guerras tan solo sale favorecido el comercio de armas que es una fuente principal de ingresos, también en nuestro país.

Sigue siendo difícil el ponernos de acuerdo en qué consiste un progreso auténticamente humano, de todo el hombre y para todo hombre. No por ello nos debemos desanimar en nuestro empeño de cambiar y mejorar el mundo y a cada persona. Los discípulos caminaban con Jesús hacia Jerusalén y Jesús les decía que no estaban haciendo un viaje turístico sino un camino en el que él iba a arriesgar la propia vida. Pero es así como llegaría a la resurrección.

Para que los apóstoles no se desanimasen en el camino que lleva a la Pascua, un camino de muerte y resurrección, en el que normalmente experimentaban más claramente la realidad de la muerte, Jesús quiso darles un atisbo de lo que sería la resurrección y por ello se transfiguró delante de ellos (Lc 9,28-36). Durante unos instantes apareció ante sus discípulos el verdadero ser de Jesús, el ser glorioso que él no dejaba transparentar cada día. Jesús vivía en la misma cotidianidad que los discípulos, sin dejar ver claramente que Dios estuviera presente en Él. Pero aquel día sí, dejó que la gloria de Dios, que habitaba en Él, pudiera brillar a plena luz delante de sus discípulos. Pedro comprendió perfectamente la realidad que estaban viviendo, cuando exclamó: ¡qué hermoso es estar aquí! Sin duda alguna percibió que allí se estaba realizando plenamente su vocación de hombre, ver a Dios, entrar en comunión con Dios. El misterio de Jesús los incluía a ellos, sus discípulos.

La auténtica transformación del mundo y del hombre no puede ser simplemente una manipulación  tecnológica que muestre que el hombre tiene poder para cambiarlo todo. Eso puede convertir al hombre en puro objeto manipulable. La verdadera transformación de la persona tiene que ser espiritual (Filp 3,17-4,1). Consiste en que aparezca en el primer plano la dimensión espiritual de la persona, y no tanto su poder, su tener o su pasarlo bien. El hombre supera al hombre. Somos ciudadanos del cielo y no simplemente de la tierra, donde estamos de paso. Eso no quiere decir que nos desentendamos de las cosas de este mundo. Al contrario, a través de la transformación de este mundo hacemos que el Reino vaya viniendo a los hombres y se vaya instaurando la verdadera ciudadanía.

Se pertenece al Reino por la fe. Toda la aventura comenzó con Abrahán, que se fió totalmente de la promesa de Dios (Gn 15,5-12.17-18). Por su fe no le importó dejar su pueblo y su familia y vivir aparentemente como un desarraigado, a la búsqueda de la patria definitiva. Dios se había comprometido solemnemente con él mediante su alianza y eso era suficiente para él. Desde ese momento, el destino de Abrahán está ligado al destino de Dios en el mundo, y el destino de Dios en el mundo está ligado a la persona de Abrahán y de sus descendientes.

El descendiente, heredero de la promesa es el mismo Cristo, pero junto a Él aparecen otras dos personas claves en la historia de ese pueblo, Moisés y Elías. Muestran que se trata de un pueblo de personas vivas y no simplemente de una colección de muertos. Ambos están vivos y hablan con toda familiaridad con Jesús respecto al destino de éste. Un destino de muerte en Jerusalén para entrar con ellos en la gloria. Que la celebración de la eucaristía nos haga experimentar la cercanía del Señor y nos dé fuerza para continuar adelante con nuestros compromisos cuaresmales.


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