Nos mira con pasión

17 de abril de 2016 – Cuarto Domingo de Pascua

 

Muchos de nosotros empezamos a ser cristianos por tradición familiar, aunque estoy convencido que todos hemos experimentado en nuestra vida un encuentro personal con Cristo que nos ha fascinado porque en él hemos encontrado el sentido de nuestra vida. Jesús siempre “nos mira con pasión”, nos recuerda el papa Francisco en esta Jornada de la Vocación, en este año del Jubileo de la Misericordia. Todos, incluso los no creyentes, tenemos una vocación. Todos hemos experimentado una llamada a la vida y a dar un sentido a la vida. Ese sentido sólo se encuentra abriéndose a la comunidad y trabajando por construir un mundo más humano y fraterno.

Los cristianos reconocen la presencia de Jesús el buen Pastor en la comunidad de los creyentes y en particular en las personas de sus pastores que han dedicado su vida a Cristo y a la comunidad. Los fieles mantienen unas relaciones cordiales con sus pastores y los siguen cuando ven que verdaderamente encarnan la figura del Buen Pastor (Jn 10,27-30). Desgraciadamente habrá siempre algunos mercenarios que se aprovecharán del cargo para servirse de las ovejas, en vez de estar a su servicio.

La Jornada de las Vocaciones nos lleva a pensar en estas personas que han dedicado su vida al servicio de la Iglesia de los demás. También el matrimonio cristiano es, sin duda, una vocación. Tan sólo en el seno de familias profundamente cristianas pueden germinar las diversas vocaciones, entre ellas la vocación al matrimonio, la vocación sacerdotal y religiosa. Es toda la comunidad, presidida por sus pastores la que debe discernir y acompañar las diversas vocaciones que el Señor suscita en ella.  La vocación supone una cierta capacidad de escucha de la llamada. Hoy se corre el peligro de cerrarse en banda, como hicieron los que escucharon a Pablo (Hech 13,14.43-52). Tenían ya sus esquemas hechos y todo lo que se saliera de ellos no era aceptado. Los paganos, en cambio, están atentos a la novedad del Espíritu.

La capacidad de escucha supone una sintonía entre el que habla y el oyente. Jesús hace que sus oyentes se vayan identificando poco a poco con él. Jesús es el Buen Pastor precisamente porque es el Cordero degollado y resucitado, que ha dado la vida por nosotros (Ap 7,9.14-17). No es de extrañar que sus ovejas lo escuchen, lo obedezcan y lo sigan. Quieren vivir con Él porque así encuentran la vida. Los sacerdotes deben identificarse con Jesús, Buen Pastor, y conducir las ovejas hacia Él, y no hacia sí mismos.

Jesús mantiene con los creyentes una relación de amor y de amistad semejante a la que Dios mantenía con Israel en el seno de la alianza. Como Dios, Jesús tiene con sus ovejas una relación personal intensa, de conocimiento y amor. Es un amor de elección y de predilección. Sus ovejas, por su parte, corresponden a ese amor mediante la escucha y el seguimiento.

Nada puede, sin embargo, separar a los seguidores de su Señor ya que en Él tienen asegurada la salvación. Es el Padre el que ha dado esas ovejas a Cristo. Las ovejas son del Padre, que es superior a todos, y por eso nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Los creyentes en Jesús, a través de Él, están en buenos manos, en las manos del Padre. El Padre y Jesús son uno. Por eso Jesús puede presentarse como el Pastor del pueblo, título que pertenecía a Dios mismo. El pueblo de los redimidos por Cristo tiene a Él como pastor. Él los conduce a las fuentes de agua vida, que son el Espíritu de Dios. Es Jesús el que nos da su Espíritu. Ese pueblo apacentado por Jesús habita en la casa misma de Dios, en su templo, dándole culto día y noche.

En la celebración de la eucaristía damos culto a Dios nuestro Padre. Le damos gracias porque nos ha salvado en Cristo Jesús, que es nuestro Pastor, que nos alimenta con su propia vida, con su palabra, con su cuerpo y sangre. Pidamos por todas las vocaciones y en particular por los sacerdotes que hacen presente a Jesús, Buen Pastor, en medio de la comunidad.

 


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