No seas incrédulo sino creyente

28 de abril de 2019 – Segundo Domingo de Pascua

A lo largo de esta semana, los partidos políticos siguen pidiéndonos que creamos en sus promesas electorales, intentando vencer el escepticismo y el desánimo de los votantes, tras las experiencias decepcionantes de los últimos años. Los creyentes, sin duda, debemos ser portadores de esperanza porque el Señor está vivo y es el dueño de la historia (Apoc 1, 9-19). Tenemos que votar para cambiar la suerte de tantos hermanos nuestros cada vez más olvidados por esta cultura del descarte de la que habla el papa Francisco. Cada uno vote en conciencia, no buscando simplemente sus propios intereses sino lo que favorezca el bien común, de manera que nadie quede excluido de los bienes necesarios para realizar su vocación de hijo de Dios.

El apóstol Tomás no se fiaba mucho de sus compañeros (Jn 20,19-31). Los había visto abandonar al Maestro para salvar el pellejo. Lo mismo había hecho el propio Tomás. Por eso conocía bien las traiciones del corazón humano buscando los propios intereses. Quizás ahora sus compañeros estuvieran interesados en decirle que habían visto al Señor. Por eso no se fía y exige para creerlo hacer él mismo la experiencia del Resucitado.

Al anochecer del día de la resurrección, Jesús se había aparecido a los discípulos encerrados en el cenáculo. Les había dado el don del Espíritu, que hace de ellos la comunidad de los salvados, a los que les han sido perdonados los pecados. Esa comunidad tiene el poder de perdonar o dejar sin perdonar. Así empieza la vida de la Iglesia y la misión. Jesús envía a sus discípulos, como Él había sido enviado por el Padre. Los discípulos harán presente al Señor, como Él hacía presente al Padre. La presencia del resucitado transforma a los discípulos, llenándolos de paz y alegría, y haciéndoles perder el miedo.

El apóstol Tomás  no estaba durante aquel encuentro. Cuando se lo contaron sus compañeros, no los creyó. Exigió el tener él también una experiencia directa del resucitado, viendo y tocando. En realidad no es posible encontrar al resucitado fuera de la comunidad. Tomás tendrás la ocasión la semana siguiente cuando de nuevo Jesús se aparece a la comunidad reunida. Jesús manda a Tomás hacer lo que él había puesto como condiciones de creer, pero el apóstol no lo hace sino que simplemente confiesa al resucitado como su Señor y su Dios, quizás la confesión más clara de la fe en la divinidad de Cristo.

Jesús no se apareció por las buenas a Tomás cuando estaba solo. Sólo cuando está con la comunidad es posible hacer la experiencia del Resucitado. La fe es sin duda una experiencia personal pero tiene una dimensión comunitaria. Por eso no nos encierra en nuestra subjetividad sino que nos abre al diálogo y al compromiso en el mundo. Se trata siempre de una fe eclesial. Ha sido la Iglesia, personificada en los apóstoles, la que nos ha transmitido esa experiencia originaria del Resucitado, que cada uno de nosotros intenta asimilar en comunión con su comunidad eclesial. No es posible una fe por libre, hecha a la medida de la propia subjetividad e individualismo.

Aunque el mismo Jesús parece vincular la fe de Tomás al hecho de ver, en realidad ha sido la palabra de Jesús la que ha hecho posible esa fe. En el momento en que interviene la palabra, salimos del ámbito de la experiencia individual para entrar en el dominio de la comunidad, de la fe compartida (Hech 5,12-16). Felices nosotros que creemos sin haber visto, fiados totalmente de la palabra del Señor, que se hace presente en nuestras vidas. La celebración de la eucaristía es un momento privilegiado de encuentro personal y comunitario con el Resucitado, que cambia nuestras vidas y nos envía como testigos suyos.


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