1 de enero de 2015 – Santa María Madre de Dios
La preocupación por los problemas del hombre de hoy está siendo una constante en los mensajes del papa Francisco. La Jornada Mundial por la paz este año lleva como lema “No esclavos sino hermanos”. En él se pone el dedo en la llaga de una de las peores lacras de la humanidad: la esclavitud. Oficialmente, ésta está abolida en todos los estados, pero en la práctica existe en casi todos.
Entre las formas de esclavitud actual, el papa denuncia el tráfico de seres humanos, la trata de los emigrantes y la prostitución, el trabajo esclavo, la explotación del hombre por el hombre, la mentalidad esclavista respecto de las mujeres y los niños. En la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto. El pecado corrompe el corazón humano, y lo aleja de su Creador y de sus semejantes: Éstos ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos. La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro. El plan de Dios, sin embargo, es hacer de todos los hombres una sola familia de hermanos. Gobiernos, instituciones civiles, la Iglesia entera, debemos trabajar unidos en contra de toda forma de esclavitud.
Las fiestas de Navidad ponen en el centro una familia humana y sus peripecias. Ella encarna el destino de toda la humanidad. En la familia se expresa la preocupación por el más débil, en este caso por el niño. Jesús durante su infancia y su adolescencia fue acompañado por María y José. Ellos fueron los que le dieron un nombre, el que el ángel había señalado (Lc 2,16-21). El nombre expresa la realidad única e irrepetible de cada persona. Pero en este caso el nombre de Jesús expresa su misión. Jesús es el Salvador de la humanidad, es el Dios-que salva. Cada uno es persona dentro de una comunidad humana más amplia que la familia. Con la circuncisión se expresaba la pertenencia al pueblo de Dios. Jesús fue un judío, nacido en una piadosa familia judía. Es así como es el Salvador de todos los hombres.
Jesús es el don del Padre. En Él se hace realidad las palabras de bendición pronunciadas por el Sumo Sacerdote (Nm 6,22-27). Dios nos ha mirado con amor y nos ha concedido la paz. La reconciliación y la paz con Dios son el fundamento de la reconciliación de los pueblos. Jesús es también el don de María Virgen (Gal 4,4-7). Ella ha sido quien lo ha acogido para todos nosotros. María está situada en esa paradoja del obrar divino. El Dios eterno entra en los límites de la historia, naciendo de mujer y viviendo sometido a la Ley. Es así como nos libera de la Ley y nos hace hijos de Dios mediante el don del Espíritu. María es la Madre de Jesús y, por tanto, la Madre de Dios. Su situación es única pues puede llamar hijo al que es Dios. Su vocación maternal abarca a todos los hombres y se realiza en la Iglesia, Madre de Pueblos. Como María, la Iglesia está llamada a acoger el don de Dios, que es Jesús, para darlo a los pueblos, mediante el Evangelio.
María es la puerta por la que entró la salvación en el mundo. En el umbral del nuevo año nuestros ojos se dirigen a ella para implorar la paz para toda la familia humana que tiene a Dios por Padre y a María por Madre. Cristo nos ha liberado de la esclavitud y nos ha hecho hijos de Dios, en un pueblo de hermanos. Él es la garantía de la tan anhelada paz y fraternidad. Que la celebración de la eucaristía haga de nosotros constructores de paz, que reconocen y respetan la dignidad de todas las personas. Feliz Año 2015.