8 de diciembre de 2019 – La Inmaculada Concepción de la Virgen María
La Iglesia ha autorizado que en España y en el mundo hispano se celebre hoy la liturgia de la Inmaculada, sin olvidar este segundo domingo de Adviento del que se recomienda tomar la segunda lectura (Rm 15,4-9). En la liturgia de este domingo se nos invita a preparar el camino al Señor, mediante la conversión del corazón que se traduce en un cambio de estilo de vida. A veces da la impresión que es la Iglesia la que prepara el camino al Señor que de otra manera no podría venir a salvarnos. En realidad es Dios es el que está abriendo siempre caminos hacia el hombre. Dios no se desanima ante las negativas del hombre sino que le ofrece constantemente su amor y su misericordia. De manera especial ha preparado su venida eligiendo a María desde toda la eternidad para ser la madre de su Hijo. Para ello la hizo llena de gracia, santa e inmaculada. En María la Iglesia tiene la garantía de que Dios triunfará definitivamente sobre el mal y nuestro pecado (Gn 3, 9-15.20).
El deseo de ser como Dios, motor en buena parte de la ambición desmedida de la cultura moderna, contiene, sin embargo, una parte de verdad. Dios no se ha guardado celosamente para sí sus privilegios, sino que quiere compartirlos con nosotros. Eso sí, como puro don, no como algo que le tenemos que arrebatar. En la persona de María Inmaculada vemos realizado ya el proyecto de Dios sobre toda la humanidad. Dios quiere introducir al hombre en su propia intimidad divina.
La fiesta de la Inmaculada nos recuerda ante todo que María fue redimida del pecado en virtud de la redención de Cristo. En ella el triunfo de la gracia fue tal que se vio preservada incluso del llamado pecado original que introdujeron Adán y Eva en la historia de la humanidad. Venimos a un mundo de pecadores, en el que el pecado está por doquier y ejerce una gran fascinación sobre todos nosotros, que de hecho cometemos muchos pecados. La figura de la Inmaculada, de una mujer que, desde el principio de su existencia, estuvo orientada hacia Dios, nos da a todos la certeza de que el hombre puede, también hoy, abrirse al misterio de Dios que nos envuelve.
Lógicamente no fue ningún mérito de María el vivir rodeada de la gracia y el amor de Dios. Fue eso, gracia (Lc 1,26-38). De tal manera Dios se le comunicó, que tomó carne en sus propias entrañas. Ese es el gran misterio de la santidad de María. Sobre ella viene el Espíritu Santo, que es el lazo de amor del Padre y el Hijo. En María se anticipa el Pentecostés que funda la Iglesia santa, aunque esté compuesta de pecadores. María estuvo llena de Dios desde el primer instante de su vida, no porque ella fuera capaz de hacer nada de especial, sino simplemente porque el Señor la había elegido para ser la Madre de su Hijo.
Dios ha triunfado totalmente del mal en la persona de María, nuestra hermana mayor, una de nuestra raza. Eso nos da la esperanza de que Dios un día triunfará sobre el mal y el pecado, también en nosotros. Al final no contará nuestro pecado sino el amor misericordioso que Dios nos tiene y nos ha manifestado en Cristo Jesús (Rm 15,4-9). Al final, también cada uno de nosotros sabrá acoger ese amor. Con esa esperanza no debemos desanimarnos ante el espectáculo que ofrece a veces el mundo y la sensación que tenemos de que nuestro esfuerzo pastoral es inútil. El Beato Chaminade, fundador de la Familia Marianista, estaba convencido de que María Inmaculada vencerá también esta indiferencia religiosa en la que está sumergida nuestra sociedad. Que la celebración de la eucaristía nos anime a todos a seguir combatiendo los combates de la Inmaculada en su lucha contra el mal en este mundo.