19 de mayo de 2013 – Pentecostés
En la fiesta de Pentecostés celebramos el cumpleaños de la Iglesia que nació un día como hoy hace casi dos mil años. A pesar de tantos años, la Iglesia se mantiene joven gracias al Espíritu que recibió y le dio vida en aquel Pentecostés. La Iglesia nació precisamente cuando los discípulos tuveron el valor de salir de la sala donde estaban encerrados y empezar a hablar en la plaza pública donde se encuentran las personas. El Espíritu dio fuerza a los apóstoles, que estaban encerrados en casa por miedo a los judíos, para salir a las plazas a dar testimonio de Jesús (Hech 2,1-11).
Y es que la Iglesia no existe en sí misma y luego sale a evangelizar. La Iglesia es convocación de gentes. Sólo existe proclamando el evangelio que reúne a los pueblos para preparar la llegada del Reino. Es el Espíritu el que abre el corazón y los oídos de las personas para entender en su propia lengua las maravillas de Dios. Es decir, el Espíritu reúne la Iglesia, dándole unidad en la diversidad, para poder ser testigo ante todos los pueblos (1 Cor 12,3-7.12-13). Es el Espíritu el que pone en el corazón de los pueblos la búsqueda de la unidad, de la justicia y de la paz. Por eso la Iglesia no puede desentenderse de los grandes problemas que afectan al hombre y a la sociedad de nuestro tiempo.
La Iglesia parece volver a estar viviendo una primavera del Espíritu. La renuncia del papa Benedicto y la elección del papa Francisco muestran que el Espíritu sigue soplando y dando vida. El papa Francisco de manera especial está atrayendo la atención de creyentes y no creyentes que se muestran sorprendidos que una institución que parecía totalmente envejecida sea capaz de aparecer renovada, inventando nuevos gestos evangélicos que actualizan la vida de Jesús de Nazaret.
La Iglesia está redescubriendo su misión de sacramento de perdón (Jn 20,19-23). El papa Francisco ha insistido en la necesidad de la ternura en la manera de caminar con el hombre moderno. Dios no condena sino que perdona e invita a todos los hombres a reconciliarse con él y entre ellos. Los cristianos tenemos que testimoniar que hemos sido perdonados y salvados y queremos colaborar con los demás hombres a salvar el mundo.
El Espíritu no es monopolio de la Iglesia. Aunque tiene su morada en ella, su acción se ejerce en todos, en el mundo y en la historia. Es el Espíritu el que mantiene la historia en movimiento y en la insatisfacción para buscar siempre nuevas metas para los hombres. La realidad, en que vivimos, continúa siendo insatisfactoria. El Espíritu aviva en nosotros la esperanza de que las cosas pueden cambiar si colaboramos todos a que ese cambio se realice. El Espíritu tiene el poder de tocar el corazón de los hombres para que estos cambien y se abran a los verdaderos valores del evangelio que pueden ayudar a la construcción de una civilización del amor. La búsqueda de una cultura del consumo lleva a situaciones sin salidas. Tan sólo un grupo de privilegiados puede gozar de la abundancia mientras la mitad de la población, incluso de los países considerados ricos, tiene que contentarse con las rebajas y los saldos.
El Espíritu es el gran protagonista en la celebración de la eucaristía. Es Él el que con su fuerza transforma nuestras pobres ofrendas del pan y del vino en cuerpo y sangre de Cristo. Dejémosle actuar en nuestras vidas para que seamos transformados en Cristo y así podamos hacerlo presente en nuestro mundo.