Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre

3 de octubre de 2021 – 27 Domingo Ordinario

Estamos viviendo en la Iglesia el Año de la «Familia Amoris Laetitia». Es una iniciativa del Papa Francisco que se propone llegar a todas las familias del mundo a través de propuestas espirituales, pastorales y culturales.  El objetivo es ofrecer a la Iglesia oportunidades de reflexión y profundización para vivir concretamente la riqueza de la exhortación apostólica Amoris Laetitia (la Alegría del Amor). El 19 de marzo de este año se cumplían los cinco años de la publicación de esta Exhortación. Terminará la celebración el 26 de junio de 2022 con el 10º Encuentro Mundial de las Familias en Roma con el Papa.

Ya en Sínodo de la familia, cuyas conclusiones publicó el papa en esa Exhortación, la Iglesia intentó un ejercicio de escucha de la realidad en vez de moverse en las tradicionales formas abstractas e ideales. La Iglesia, sin duda, por fidelidad a su Señor, no tiene más remedio que defender la indisolubilidad del matrimonio como el ideal de la familia cristiana. Las leyes, en cambio, tienen que ver con las realidades que no se dejan ajustar fácilmente a los ideales. Pero siempre es buena una voz profética que recuerde a los hombres cuál es el plan original de Dios. Así ocurrió también en los orígenes del cristianismo, cuando tanto en el mundo romano como judío existía legalmente el divorcio.

Incluso la ley de Moisés tuvo que hacer sus componendas en la cuestión de la indisolubilidad del matrimonio y la posibilidad del divorcio. En el judaísmo tan sólo el hombre podía divorciarse. La discusión en tiempo de Jesús versaba tan sólo sobre en qué casos el hombre podía divorciarse. A los más liberales les bastaba que el hombre hubiera encontrado una mujer más guapa. No cabe duda de que esta  situación era profundamente injusta con la mujer.

Jesús ha querido defender a la mujer y ha proclamado la igualdad esencial del hombre y de la mujer en el plan de Dios (Mc 10,2-16). Por eso ha cuestionado el divorcio, aunque esté permitido en la ley de Moisés. Hay alguien más importante que Moisés, Dios mismo. ¿Por qué entonces Moisés permitió el divorcio? Para que aparezca claramente la dureza del corazón del hombre que trata a la mujer como un ser inferior, como un objeto de deseo y de disfrute. La realidad del divorcio en la ley de Moisés pone de manifiesto que algo no está funcionando bien en el pueblo de Dios. El divorcio era tan sólo un síntoma de esa profunda injusticia con la que se trataba y se sigue tratando a la mujer en muchas de nuestras sociedades. Es verdad que hoy día no siempre es la mujer la víctima del divorcio, sino que es ella la que muestra esa dureza de corazón.

Jesús dio una respuesta desconcertante a una pregunta con mala intención, que no estaba interesada en saber la respuesta, pues es evidente que, según la ley de Moisés, el hombre podía divorciarse. Jesús adopta una postura profética de denuncia, volviendo al plan original de Dios en el momento de la creación (Gn 2,18-24). A pesar del ropaje literario del relato de la creación de la mujer, se afirman una serie de verdades fundamentales sobre la realidad del hombre y de la mujer. Hombre y mujer son personas en relación, que no existen aisladas en sí mismas. Sin la mujer, el hombre se encontraba solo perdido entre los animales.

Con la creación de la mujer, el hombre tiene una compañía con la que puede hablar cara a cara, lo cual supone la igualdad esencial en la diversidad sexos. Esa reciprocidad de hombre y mujer está expresada en el hecho de que la mujer ha sido creada de un lado, de un costado del hombre (no de una costilla). Hombre y mujer separados son tan sólo la mitad de la realidad global. Pidamos en la eucaristía por todos los matrimonios cristianos que intentan vivir fielmente unidos en el amor a pesar de las dificultades que se experimentan hoy día.

 


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