25 de diciembre 2017- Natividad del Señor (Día)
La Navidad cristiana recibe su sentido de la Resurrección de Jesús. Sin esta luz pascual, las Navidades se convierten en sentimentalismo y consumismo. Los cristianos no recordamos simplemente un hecho del pasado sino que Jesús se nos hace presente en el hoy de nuestra historia de salvación. ¿De qué sirve que Jesús haya nacido en Belén si no nace en mí? (Orígenes). Para el Beato Chaminade, la encarnación del Verbo es un misterio que acontece en cada uno de los creyentes. Jesús nace en nosotros por obra del Espíritu Santo, de María Virgen. Es María la que continúa a dar al mundo a Jesús.
En la misa de medianoche contemplábamos el nacimiento de Jesús en la cotidianidad de la historia humana, sin nada extraordinario que pudiera dar una pista a José y María. Ellos tuvieron que escuchar a los pastores para comprender el misterio del que es el Señor y el Salvador. Nosotros, gracias a la luz de la Pascua del Señor Resucitado, podemos adentrarnos en el misterio. Nuestro Dios no es un Dios solitario y sombrío sumergido en su silencio. Es un Dios que habla con el hombre a través de sus enviados los profetas (Hb 1,1-6). Son ellos los que fueron revelando la intimidad de Dio y su proyecto de salvación para el hombre en diversas circunstancias de la historia. Ese diálogo se ha ido intensificando progresivamente y ha llegado a su cima en esta etapa final de la historia en la que estamos viviendo.
Ese salto cualitativo en la historia se debe a que el diálogo de Dios con el hombre no tiene lugar a través de otros hombres, los profetas, sino que interviene directamente el Hijo de Dios, es decir Dios mismo. Como Hijo, es el heredero de todo, al que Dios ha dado todo. El Padre da todo al Hijo y el Hijo lo devuelve todo al Padre. El Hijo ha estado interviniendo constantemente en la historia a través de todos sus períodos. Decía San Ireneo que el Hijo y el Espíritu son las dos manos con las que Dios actúa en el mundo. Dios ha estado constantemente presente en la historia a través del Verbo, de su Palabra creadora que ilumina la vida de los hombres. Al hacerse el Verbo carne, la historia humana ha alcanzado su meta definitiva (Jn 1,1-18).
Jesús es la Palabra definitiva del Padre, que no tiene ya nada más que comunicarnos (San Juan de la Cruz). Todo nos lo ha dicho y nos lo ha dado y se nos ha dado en Cristo Jesús. Es a Jesús al que ahora los hombres tenemos que escuchar pues no hay más Dios que el de Jesucristo. El Hijo es Dios. Los títulos que recibe, tomados del lenguaje bíblico y de la cultura griega, expresan esa igualdad. Es el reflejo de la gloria del Padre, la impronta de su ser. Tenemos aquí las primeras aproximaciones conceptuales a la divinidad de Jesús, orientado hacia Dios. Como Dios, tiene una función en la creación y en la conservación del mundo, que fue creado por la palabra de Dios.
Pero lo llamativo de la encarnación es que Jesús, al hacerse hombre, se ha unido en cierto sentido a cada uno de nosotros. O, como lo expresaban los Padres de la Iglesia: Dios se hace hombre para que el hombre llegue a ser Dios. Ser como Dios es el deseo inconsciente que existe en el corazón del hombre, ya desde Adán y Eva. Queremos llegar a ser como Dios porque Dios ha querido compartir con nosotros su divinidad. En Jesús somos hijos en el Hijo. Esa es la gran transformación que ha experimentado la historia humana. No es la historia de unos esclavos sino la historia de los hijos de Dios. La historia del hombre es en realidad la historia de Dios a través de nuestras pequeñas historias. “Reconoce, Cristiano, tu dignidad”, repetirá el papa San León Magno. La dignidad del hombre es infinita. Demos gracias a Dios en esta Eucaristía porque nos ha hecho hijos suyos. Feliz Navidad.