La Palabra se hizo carne

25 de diciembre 2018 – Natividad del Señor, Misa del Día

La música popular de los villancicos nos ha acompañado esta noche para celebrar el nacimiento de Jesús. La alegría era tal que no nos ha dejado tiempo para reflexionar y contemplar el misterio de un Dios hecho hombre. La eucaristía del día transcurre mucho más tranquila con una Palabra de Dios que muestra la densidad del misterio de la encarnación. Nos introduce ya no sólo en la intimidad de una pareja, María y José, sino en la intimidad de nuestro Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Será precisamente Jesús el que con sus palabras y con su manera de actuar nos revele el misterio profundo de ese Dios comunión de amor. Un amor tan grande que se desborda fuera de la Trinidad y se derrama en la creación y sobre todo en la encarnación.

Nuestro Dios no es un Dios solitario y sombrío sumergido en su silencio. Es un Dios que habla con el hombre a través de sus enviados los profetas (Hb 1,1-6). Son ellos los que fueron revelando la intimidad de Dio y su proyecto de salvación para el hombre en diversas circunstancias de la historia. Ese diálogo se ha ido intensificando progresivamente y ha llegado a su cima en esta etapa final de la historia en la que estamos viviendo.

Ese salto cualitativo en la historia se debe a que el diálogo de Dios con el hombre no tiene lugar a través de otros hombres, los profetas, sino que interviene directamente el Hijo de Dios, es decir Dios mismo. Como Hijo, es el heredero de todo, al que Dios ha dado todo. El Padre da todo al Hijo y el Hijo lo devuelve todo al Padre. El Hijo ha estado interviniendo constantemente en la historia a través de todos sus períodos. Decía San Ireneo que el Hijo y el Espíritu son las dos manos con las que Dios actúa en el mundo. Dios ha estado constantemente presente en la historia a través del Verbo, de su Palabra creadora que ilumina la vida de los hombres. Al hacerse el Verbo carne, la historia humana ha alcanzado su meta definitiva (Jn 1,1-18).

Jesús es la Palabra definitiva del Padre, que no tiene ya nada más que comunicarnos (San Juan de la Cruz). Todo nos lo ha dicho y nos lo ha dado y senos ha dado en Cristo Jesús. Es a Jesús al que ahora los hombres tenemos que escuchar pues no hay más Dios que el de Jesucristo.

El Hijo es Dios. Los títulos que recibe, tomados del lenguaje bíblico y de la cultura griega, expresan esa igualdad. Es el reflejo de la gloria del Padre, la impronta de su ser. Tenemos aquí las primeras aproximaciones conceptuales a la divinidad de Jesús, orientado totalmente hacia Dios. Como Dios, tiene una función en la creación y en la conservación del mundo, que fue creado por la palabra de Dios.

Pero sobre todo el Hijo ha realizado la obra de la redención mediante el perdón de los pecados. Se evoca así la aventura humana de Jesús que culmina en la muerte y la resurrección, mediante las cuales hemos sido salvados. Jesús ahora está glorioso, sentado a la derecha del Padre. Terminado el curso de su vida mortal vive como Dios, pues ese es el nombre con el que lo invocamos, con el nombre del Señor, que se le daba a Dios en el pueblo de Israel.

Jesús es el mediador definitivo de la alianza con Dios y está muy por encima de los ángeles pues mantiene una relación de intimidad con Dios, de Hijo con el Padre, que es exclusiva suya, aunque nosotros participemos de ella. Los ángeles pueden ser todo lo espirituales que queramos pero, como nosotros, son adoradores del Hijo. Es lo que hicieron la noche de la Navidad y es lo que nosotros hacemos hoy en la celebración de la eucaristía. Que tengan una Feliz Navidad.


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