8 de diciembre de 2012 – La Inmaculada Concepción de la Virgen maría
El año de la fe nos invita a todos a poner nuestros ojos en Cristo, autor y consumador de nuestra fe. A su lado descubrimos la figura de María como el modelo de creyente. La proclamación del dogma de la Inmaculada en 1854 intentaba indirectamente proponer el ideal cristiano de hombre. Al insistir en la santidad de María, se le recuerda al hombre moderno que sólo en Dios y en Cristo se puede lograr la plena realización del hombre.
Todas las otras propuestas humanas que van más o menos en la línea del “superhombre”, no sólo no enaltecen al hombre, sino que lo dejan muy por debajo de su vocación y posibilidades. Pero al mismo tiempo se le recuerda al hombre moderno que la realización del hombre sólo es posible por el misterio de la redención en Cristo. Es totalmente ilusorio pensar que la el progreso pueda llevar automáticamente a la perfección del hombre. La realización de la plenitud humana es algo querido por Dios y es Él mismo el que la hace posible. En la persona de María vemos realizado el ideal de santidad, de una persona que, como nosotros, ha sido redimida en Cristo Jesús.
La santidad de María, desde el primer momento de su existencia, indica su total sintonía con Dios y con el Espíritu Santo. María se arriesgó a dejarse llevar por el Espíritu que la convirtió en Madre de Dios. María está toda llena de la gracia y del favor de Dios (Lc 1,26-38). Ella vive una relación de amor inmediata que le permite llamar a Dios su hijo y que Dios la llame su Madre. En ese ámbito de relación todo es santo y ni tan siquiera se puede pensar que a Ella le pasara por la cabeza traicionar esa amistad. Ella no experimenta la tentación que nos acecha cada día. A pesar de todo, también nosotros vivimos rodeados de la gracia de Dios en la redención de Cristo Jesús.
Sin duda ha sido un gran privilegio el que Dios dio a María, precisamente para que pudiera ser una digna Madre del Redentor. Si Jesús es la salvación, María era la primera que tenía que ser totalmente salvada. Y así fue redimida en virtud de los méritos de Jesús, incluso antes de que éste existiera en su seno. Porque el plan de Dios de salvar al hombre es un plan eterno. Antes de crear el mundo nos eligió también a nosotros para que fuéramos santos e inmaculados por el amor (Ef 1,3-12). Por eso lo que ahora proclamamos de María, su santidad sin sombra de pecado, será también realidad un día en nosotros. También un día la salvación de Dios será plena en nosotros y triunfará sobre nuestro pecado. Mientras tanto María aparece como el gran signo de esperanza para toda la Iglesia que intenta purificarse para ser fiel a su Señor.
En la medida en que el Nuevo Testamento se interesa por María se nos presenta como la creyente. La intención principal de Lucas es ejemplificar la fe en Jesús, pero también el mostrar la maternidad de María como el gran ejemplo de fe. Hay que llamar santa a María porque respondió a partir de la fe, cuando supo qué vocación le esperaba de parte de Dios. Responder a partir de la fe significa realizar su vida a partir de su referencia a Dios, comprometerse en la disponibilidad completa a lo que Dios quiera y conforme a la llamada de Dios. Así quedó asociada a Cristo en sus misterios. También nosotros tenemos que cultivar intensamente la fe para vencer el pecado.
El P. Chaminade veía en María Inmaculada el símbolo de la santidad y de la victoria. Así la proponía a sus congregantes que la tenían por Patrona. Hoy día también las Religiosas Marianistas celebran la Inmaculada como su fiesta patronal. El P. Chaminade encontró en la Inmaculada la fuerza para combatir lo que él llamaba la “herejía de su tiempo”, la indiferencia religiosa. Esta hace que la vida de las personas se plantee de espaldas a Dios, como si Dios no existiera. En vez de construirse sobre los valores del evangelio, el mundo actual se construye sobre otros valores, muchas veces antievangélicos y antihumanos. Pero esta situación no nos desanima pues sabemos que María saldrá triunfante también en este desafío y continuará aplastando siempre la cabeza de la serpiente (Gen 3,9-15). Celebremos con gozo el triunfo de María y pidámosle que ella sea siempre para nosotros el modelo de creyente.