17 de enero de 2016 – 2 Domingo del Tiempo Ordinario
Se nos ha ido repitiendo en los últimos meses que la situación española mejoraba. Lo que se ha visto en Navidades produce la impresión de que la gente vuelve a consumir, lo cual supone que hay recursos. Es verdad que ahora mismo se plantean muchos interrogantes sobre la estabilidad del país. Probablemente la Virgen María, al contemplar nuestro mundo, le seguirá diciendo a Jesús: no tienen vino, no tienen casa, no tienen para pagar tal y tal factura, no tienen para llegar a final de mes (Jn 2,1-12).
María presenta la necesidad a Jesús, que en un primer momento parece desentenderse del caso. En realidad quiere que María se sitúe en la verdadera perspectiva del Reino, cosa que sin duda ella hace. En efecto ella orienta la atención de los servidores hacia la persona de Jesús. Tendrán que estar atentos a lo que Él diga y luego hacerlo. Es todo un reto saber qué es lo que Jesús quiere hoy de nosotros ante la situación de nuestro mundo tan necesitado. Hay que saber leer los signos de los tiempos a través de los cuales Dios nos está hablando e interpelando.
El Beato Chaminade ha meditado detenidamente este evangelio y ha descubierto en él la misión de la Familia Marianista. Se trata de hacer lo que Él diga. «Haced todo cuanto él os diga (Jn 2,5); es decir, Haced cualquier cosa que os mande, aunque parezca extraña a la razón. Es como si María les dijera: Tened fe en El. Pues bien, tales son también las palabras que nos dirige la Virgen a nosotros que somos sus hijos: haced todo cuanto mi Hijo os diga. Pero ¿cómo nos hablará Jesucristo? Por la fe: escuchemos lo que nos dice la fe, recurramos a la fe y pongamos en práctica lo que ella nos enseña; así haremos lo que Jesús nos dice. El espíritu de la Familia Marianista es un espíritu de fe; hay que ir a Dios por la fe».
Es la fe la que nos permite descubrir lo que el Espíritu está diciendo a la Iglesia a través de las provocaciones de los acontecimientos actuales. En este Año del Jubileo de la Misericordia, estamos invitados a hacer una lectura de la realidad, contemplándola con los ojos de Jesús, con los ojos de María, con esos “ojos misericordiosos”. Detrás de las estadísticas de la pobreza, están los rostros concretos de personas sufrientes y dolientes a través de las cuales Dios nos interpela: “Dónde está tu hermano?”. La tentación hoy día es la de contemplar las necesidades de nuestro mundo como un espectáculo televisivo, que nos impresiona y nos inquieta pero que nos deja cómodamente en nuestras butacas.
Jesús aparentemente no hizo nada. Tan sólo dio órdenes a los servidores que las ejecutaron con exactitud. No había vino y Jesús les mandó llenar de agua las tinajas. No somos nosotros los que damos el vino del Reino. Nosotros sólo disponemos del agua de las abluciones rituales de la antigua alianza. Pero Jesús tiene esa capacidad de transformar lo viejo en nuevo. La fe y la obediencia a Cristo hace milagros. Jesús se manifiesta como el verdadero esposo que asume el protagonismo en la celebración mientras que el llamado esposo aparece como una figura desdibujada. Es Cristo verdaderamente el que inaugura el Reino. La presencia de María fue providencial para orientar la atención de los servidores hacia Jesús y que éste se pusiera a actuar.
Este vino bueno que ofrece es el don del Espíritu anunciado para los tiempos mesiánicos, que Jesús inaugura. Ese Espíritu ha renovado completamente aquella comunidad abandonada y estéril (Is 62,1-5). Ha hecho de la Iglesia una comunidad, toda ella carismática y ministerial. Esa comunidad se construye con la aportación de los diversos carismas y ministerios (1 Cor 12,4-11). Cuada uno tiene su puesto en la Iglesia según los dones que ha recibido. La celebración de la eucaristía hará que nuestra fe no se quede sólo en lo ritual sino que saldremos de ella dispuestos a hacer lo que Jesús nos haya dicho.