25 de diciembre 2014 – Navidad, Misa de medianoche
En nuestro mundo preocupado por la crisis, irrumpe la gracia salvadora de Dios (Tit 2,11-14). Por un tiempo podemos olvidar este mundo en el que todo se compra y todo se vende y en el que por todo hay que pagar dinero. Con la Navidad penetra de nuevo en nuestra tierra el mundo de la gratuidad, el mundo de Dios. Dios se manifiesta y se nos comunica en la persona de Jesús niño (Lc 2,1-4).
No se trata de recordar con nostalgia un mundo que no existe ya más, un mundo de pastores, en el que se vivía en contacto con la naturaleza y en el que las relaciones humanas eran verdaderamente afectivas y no se reducían a intercambiar cosas. No se trata de mirar al pasado sino hacer que Jesús nos alcance hoy en nuestra realidad concreta haciéndose nuestro contemporáneo.
Jesús es la gracia que nos salva, el Salvador y la salvación. Él nos enseña a vivir, también en nuestro mundo, de una manera distinta. Hay que renunciar a los deseos de consumir y llevar una vida sobria, a la espera de su manifestación definitiva. Su primera venida en Belén es la garantía y la anticipación de su venida al final de los tiempos.
En Jesús se nos ha revelado el amor del Padre, un amor gratuito que nos invita a vivir agradecidos en la gratuidad. Volvamos a descubrir las cosas que no tienen precio, en primer lugar la sonrisa de un niño. A través del rostro del hombre, descubramos la presencia de Dios en nuestro mundo. Un Dios que no ha querido perderse la gozada de vivir la aventura humana. Una aventura apasionante en todos los casos, también cuando hay que vivir en la pobreza, cuando no hay lugar para nosotros y nos vemos excluidos. Incluso aunque haya que morir en una cruz. Ser hombre es algo irrevocable.
Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado (Is 9,2-7). Es el Hijo de Dios, el Hijo de María, pero es también un poco hijo tuyo y mío. El sigue llamando a nuestros corazones para poder nacer hoy en nuestro mundo. Dios se hace hombre para que los hombres lleguemos a ser hijos de Dios. Qué admirable intercambio. En él ni Dios ni nosotros salimos perdiendo. Cuando uno se da totalmente uno queda totalmente enriquecido. Dios ha asumido en Jesús toda la historia humana, nosotros recibimos en Jesús, toda la historia divina.
Lástima que no nos lo acabemos de creer y que sigamos quejándonos por las pequeñas dificultades del vivir diario. Un vivir que sin duda tiene la densidad del mismo Dios. En cada instante, en cada acontecimiento, en cada persona Jesús está naciendo en nuestro mundo. Tan sólo necesitamos la fe de María, la fe de los pastores para saber acogerlo en nuestras vidas. Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Feliz Navidad.