29 de noviembre de 2020- Primer Domingo de Adviento
Todos estamos viviendo a la expectativa de que haya pronto una vacuna para el virus y que podamos volver a la vida de siempre, a la dichosa normalidad de poder movernos con libertad, andar con los amigos, trabajar y consumir. Tememos, sin duda las consecuencias de la crisis social, pero estamos seguros de que volverán los buenos tiempos. Es verdad que para muchos los tiempos han sido siempre malos, y seguirán siéndolo, sobre todo si nosotros tenemos como único ideal disfrutar de este mundo consumista. Es verdad que sin quererlo nos han despertado del dulce sueño del bienestar en el que muchos estaban viviendo durante los primeros años del tercer milenio. ¿Saldremos de esta crisis mejores o peores? Dependerá de nosotros. ¿Estamos dispuestos a fundamentar nuestras vidas sobre auténticos valores éticos o solo va a contar el disfrutar y divertirse sin darnos cuenta del sufrimiento de la mayor parte la la humanidad?
El tiempo de Adviento, con el que empezamos el año litúrgico, intenta sacudirnos de nuestra modorra y recordarnos que estamos aguardando la manifestación gloriosa de Jesús, el Señor que se fue pero que volverá (Mc 13,33-37). Es la resurrección de Jesús la que ha abierto para nosotros el futuro de Dios. Un futuro que no se puede planificar con cálculos humanos, sino que está irrumpiendo constantemente de manera sorprendente aportando siempre la novedad a nuestro viejo mundo. La esperanza cristiana no es fruto de los cálculos optimistas sobre el futuro. En realidad los datos actuales son más bien sombríos. Pero precisamente el Evangelio es Buena Noticia para los pobres y desesperados que no encuentran soluciones en las políticas humanas.
La esperanza cristiana se basa en la fidelidad de Dios a sus promesas. Dios prometió darse al hombre y lo hizo en la persona de Cristo Jesús. Verdaderamente, como quería el profeta, Dios ha rasgado el cielo y ha bajado al encuentro del hombre para rescatarlo (Is 63,16-17; 64,1-8). Dios ha pronunciado una palabra de perdón sobre el pasado pecador del hombre. Jesús es el Sí incondicional del amor de Dios al hombre. Resucitándolo de entre los muertos, Dios ha sentado ya a la humanidad a su derecha. Hemos sido introducidos en la vida misma de Dios.
Nuestra esperanza no se basa ni en los cálculos humanos ni en el simple deseo o necesidad de soñar con un futuro. Tenemos ya las señales de que la vida del hombre ha sido transformada cualitativamente. Hemos sido enriquecidos en todo, en el hablar y en el saber (1 Cor 1,3-9). Como los fieles de Corinto, tampoco nosotros carecemos de ningún don, aunque carezcamos de muchas cosas materiales. No es necesario esperar a la otra vida o al otro mundo. Hoy día es posible vivir esa plenitud divina que Dios nos ha dado en Cristo.
La vigilancia a la que nos invita el Adviento, es en realidad una exhortación a darnos cuenta del momento presente, de la presencia de Dios entre nosotros. Es Él el que está abriendo siempre un futuro para el hombre. Un futuro que el hombre está invitado a construir en colaboración con Dios. Solamente abriéndonos al futuro de Dios, seremos capaces de mantenernos firmes hasta el final, no dejándonos seducir por un presente engañoso. La esperanza cristiana orienta nuestra mirada hacia Dios, pero nos mantiene con nuestros pies en la tierra. No nos lleva a cruzarnos de brazos sino que nos hace desplegar todo el dinamismo de la experiencia cristiana. Así Dios sale al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de sus caminos. Que la celebración de la Eucaristía avive en nosotros el deseo del retorno del Señor y nos lleve a preparar su venida.