3 de julio de 2016 – 14 Domingo Ordinario
Hace ya más de veinticinco años que el Papa Juan Pablo II lanzó la llamada “nueva evangelización”. Hoy día la evangelización de los países tradicionalmente cristianos, no sólo no ha progresado sino que está francamente en retroceso. El papa Francisco ha querido abordar el tema en “La alegría del evangelio” en una perspectiva nueva. Hasta ahora se había insistido mucho, y con razón, en los cambios culturales de nuestro tiempo y en el nuevo tipo de persona a evangelizar. Pero últimamente estamos descubriendo que el problema no está sólo en el hombre a evangelizar sino en la Iglesia que evangeliza. Por eso el papa Francisco ha esbozado todo un proyecto pastoral para toda la Iglesia. Se trata de renovar todas las estructuras para que estén al servicio de la evangelización. Sólo el que se ha encontrado personalmente con Cristo y ha experimentado la alegría de ver su vida transformada es capaz de no guardarse para él esa gran noticia sino que necesita comunicarla.
La Iglesia sólo puede continuar la obra de la evangelización, iniciada por Jesús y sus apóstoles, en la medida en que es fiel al Evangelio recibido. Tan sólo la presencia de testigos creíbles puede hacer actual la Buena Noticia de Jesús. En cada época de la historia es el mismo Jesús el que sigue enviando a sus discípulos (Lc 10,1-12.17-20). Éstos deben asumir la misión de Jesús y no inventarse otro estilo de vida. Cada vez más estamos descubriendo que la Iglesia ha seguido muchas lógicas humanas y no las orientaciones de Jesús, reafirmadas en el Vaticano II.
El contenido del anuncio evangélico es siempre el mismo: “está cerca de vosotros el Reino de Dios”. Ésta es la buena noticia que porta la consolación a todos los oprimidos y afligidos (Is 66,10-14). La cercanía de Dios anuncia el final del sufrimiento y de la opresión. Dios va a intervenir a favor de su pueblo y a traerle la paz y la abundancia de bienes.
La manera de realizar la misión repite las enseñanzas que Jesús había dado a los doce y muestran el estilo propio de la misión de Jesús. Como Pablo, cada uno puede decir: “Yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús” (Gal 6,14-18). Van de dos en dos para ser testigos creíbles de la experiencia que anuncian. La misión es siempre difícil pues uno se encuentra siempre indefenso como ovejas en medio de lobos. No se le permite al discípulo proveerse de los medios más necesarios para subsistir. Debe confiar en la Providencia y en la buena acogida de las personas a las que anuncian el Reino, que hacen presente mediante las curaciones. Pero no deben hacerse ilusiones, muchas veces serán rechazados.
Los discípulos volvieron muy contentos de aquella misión porque hicieron grandes prodigios en el nombre de Jesús. El anuncio del evangelio significa, según Jesús, la ruina de Satanás. Pero la alegría del discípulo no debe basarse en los milagros que realizará sino porque le espera una gran recompensa en el cielo. Participar en la misión de Jesús significa también tener parte en su destino glorioso junto al Padre.
La Iglesia se construye en torno a la Eucaristía como Iglesia misionera porque en ella pedimos al Padre que reúna a todos los hombres por medio de su Espíritu. En cada Eucaristía experimentamos que el Reino de Dios está cerca y que el Señor Jesús está viniendo a nuestro encuentro.