El Señor está cerca

16 de diciembre de 2012 – Tercer Domingo de Adviento

Desde que empezó la crisis se nos ha ido repitiendo: «la reactivación de la economía está cercana”. Hoy día ya no nos lo creemos. Las cifras del paro son cada vez más elevadas, así que hay crisis para rato.  No está el ambiente pues para fiestas y, sin embargo, la Palabra de Dios nos invita a la alegría. No es una invitación a gastar y consumir para olvidar la crisis sino más bien a descubrir que el Señor está cerca. Dios está siempre cerca, pero algunas veces necesitamos sentirlo más cerca para no desanimarnos ante la dura realidad. El otro día con algunos recordábamos las Navidades de aquellos años de posguerra. Había poco de todo y, sin embargo, en Navidades nos sentíamos felices. El mensaje religioso de la Navidad acaparaba la atención de todos y cada uno trataba de encarnar al Niño que nacía en la pobreza.

El profeta invita a la alegría mesiánica a causa de la presencia del Señor en medio de su pueblo, en Jerusalén (Sof 3,14-18). El Señor había expulsado a los enemigos y, por tanto, había traído la paz. Es verdad que eso no cambiaba la situación de pobreza y de humillación de la ciudad, que había perdido su antiguo esplendor. Pero la alegría no puede ser patrimonio tan sólo de los ricos y los poderosos. Pertenece sobre todo a los pobres. También Pablo anima a sus fieles a estar alegres (Filp 4,4-7). Esta alegría es siempre un don de Dios y no la podemos fabricar artificialmente confundiéndola con el bullicio y el jolgorio navideño. Esta alegría viene sobre todo de la ausencia de excesivas preocupaciones, no porque no existan, sino porque no nos hacen perder la paz y la alegría navideña. Uno presenta las preocupaciones al Señor en la oración con confianza y acción de gracias. Esa alegría en medio de las preocupaciones es uno de los signos de cómo la salvación cristiana va irrumpiendo en la historia.

La Navidad nos hace experimentar la cercanía de Dios. Dios es un Dios de hombre, que no está lejos de nosotros sino que está a nuestro lado compartiendo y sufriendo con nosotros en nuestra historia. Esta cercanía de Dios nos lleva a acercarnos a los hombres, sobre todo a los que sufren para tratar de llevarles a ellos alguna Buena Noticia.

La alegría cristiana no nos lleva a cerrar los ojos ante la dura realidad. Más bien nos invita a preguntarnos qué tenemos que hacer para cambiar esa realidad. Ante la situación de pobreza en la que se han ido hundiendo muchos de nuestros hermanos, no queda otra alternativa que compartir con ellos lo que tenemos (Lc 3,10-18). Dios no pide cosas que se relacionen con el culto y con la oración sino que tienen que ver más bien con las relaciones sociales. Es ahí donde se juega el futuro del Reino de Dios, que Juan Bautista anunciaba, como más tarde lo hará Jesús.

A la gente en general, el precursor pide una actitud de compartir los bienes, tanto de comida como de vestidos. A publicanos y militares se les exige ante todo la práctica de la justicia. Justicia, solidaridad o caridad son los elementos fundamentales de la práctica cristiana. Es bueno recordarlo a todos, a creyentes y no creyentes ya que todos vamos en el mismo barco. A los poderosos hay que pedirles que hagan justicia, que se preocupen del bien común, sobre todo de los más necesitados.  El estado debe garantizar todos los derechos fundamentales  y de todos. No se debe inmolar las generaciones presentes a las futuras, como hacía el comunismo, y mucho menos inmolar ambas generaciones. Que todos, incluso a los que piensan que no tienen nada, miren si tienen dos vestidos, si están comiendo tres veces al día. Todos podemos dar algo.

Se trata, sobre todo, de tomar algo así como una opción fundamental en nuestras vidas, orientándolas hacia los demás y hacia Dios y no a la búsqueda del propio enriquecimiento a costa de los demás. Esta opción fundamental era propuesta en el momento del bautismo que realizaba Juan Bautista, y también los cristianos hemos asumido esa opción fundamental en nuestro bautismo. En él hemos renunciado al mal y nos hemos adherido por la fe a Cristo Jesús. Pero también los no creyentes tienen que tomar una opción fundamental a favor del bien y la justicia contra el mal y la miseria.   Que la celebración de la eucaristía nos haga sensibles a las necesidades de los demás y nos lleve a compartir lo que tenemos.

 

 

 


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