El Reino de Dios

13 de junio de 2021 – 11 Domingo Ordinario

Las sucesivas crisis económicas experimentadas estos últimos años, sobre todo esta última debida a la pandemia, ponen de manifiesto que la idea del progreso económico continuo es una mentira. Cada vez vamos comprobando que los recursos de los que disponemos son limitados. Si queremos cuidar la vida del planeta y de los pobres, en vez de crecer, habría que optar por decrecer. Esto sin duda es muy doloroso para los que no tienen y sueñan con tener algo, al menos  lo suficiente para llevar una vida digna. Vemos con dolor cómo un pequeño grupo acapara los bienes y derrocha mientras que la mayoría de la humanidad tiene que contentarse con las migajas. Ya en tiempo de Jesús ocurría esto y Jesús proclamó que Dios no quería esta situación tremendamente injusta y anunció el Reino de Dios. Anunció que Dios iba a reinar y, cuando Dios reina, ningún otro poder puede usurpar su señorío sobre el mundo.

¿Qué es lo que está ocurriendo pues seguimos constatando que los poderes del mundo siguen siendo los señores? Jesús comparó el Reino de Dios a realidades pequeñas, pero significativas, aunque nada más sea por la fascinación que producen sus efectos o el verlas crecer.  Nada más admirable que la germinación y crecimiento de las diversas semillas, en particular se cita el grano de mostaza (Mc 4,26-34). Otras veces hablará de la sal o de la levadura.

Jesús contó esas parábolas para animarse a sí mismo y a sus discípulos. Aunque muchas veces parece que le seguían multitudes, en realidad al final el grupo, más o menos fiel, era pequeño. Si no tiró la toalla y siguió predicando fue porque estaba convencido que todas las realidades grandes e importantes han tenido un comienzo pequeño, con un crecimiento constante.

El pueblo de Dios estaba familiarizado con las realidades pequeñas. Situado en medio de los grandes imperios y a merced de ellos, un país pequeño sólo podía tener futuro confiando en Dios. Los grandes intervenían y quitaban y ponían reyes a su antojo (Ez 17,22-24). A pesar de todo, Dios promete que va a suscitar un Rey Mesías que realizará todas las esperanzas del Pueblo de Dios.

También Pablo, aunque ve que su vida se va desmoronando, conserva la confianza (2 Cor 5,6-10), porque camina a la luz de la fe y no de lo que ve. También nosotros en estas horas oscuras en que nos toca vivir no debemos desanimarnos por lo que vemos sino confiar en lo que la fe nos promete.

Tanto la parábola del grano de mostaza como la de la levadura hablan del crecimiento del Reino de Dios cuyos inicios debieron parecer pequeños y poco prometedores. El reino no es una realidad aparte de aquella en que estamos viviendo sino que irrumpe en ella y la cambia. La levadura tiene su importancia no por la cantidad sino por sus virtualidades. Lo que cuenta no es el número sino la energía que somos capaces de desplegar en el mundo. Para ello tenemos que entrar dentro del mundo y mezclarnos con él. Eso sí, tenemos que conservar siempre la identidad cristiana, no dejar de ser levadura siguiendo la tentación fácil de convertirse en masa. La masa, ella sola, no puede fermentar. Que la celebración de la Eucaristía nos dé las energías que necesitamos para seguir impulsando la construcción del Reino.

 


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