9 de junio de 2019 – Domingo de Pentecostés
El papa
Francisco ha logrado por primera vez después del Concilio que los no creyentes
se interesen por lo que dice la Iglesia. Esto ha sido posible, sin duda, porque
habla no sólo de los problemas del hombre de la calle sino que también lo hace
en un lenguaje que todos entienden. Actualmente estamos experimentando una gran
dificultad para transmitir la fe a las nuevas generaciones. No se trata
simplemente de emitir mensajes inteligibles y atractivos sino de ser capaces de
iniciar a los hombres de nuestro tiempo en la
experiencia cristiana del Señor resucitado. Estamos en la misma situación
que los apóstoles el día de Pentecostés:
anunciar a Jesús a los que lo habían rechazado y a otros que casi no se habían
enterado de lo que había ocurrido (Hechos 2,1-11).
Ese anuncio fue posible gracias a la venida del Espíritu Santo que transformó totalmente a los apóstoles que superaron los miedos que les atenazaban y les tenían encerrados en casa, sin atreverse a salir fuera (Jn 20,19-23). Ahora se hacen presentes en la plaza pública y dan testimonio del Señor resucitado. Es hora que también nosotros superemos nuestros miedos y falsos pudores y seamos capaces de suscitar la cuestión de Dios entre muchos de nuestros amigos que se han ido alejando de la práctica cristiana. Cada vez se está viendo más claramente que la transmisión de la fe pasa por la experiencia de fe en la familia. Si la familia no apoya esa vivencia, la catequesis de los niños será un puro barniz que a veces desaparece apenas hecha la primera comunión.
Gracias al
Espíritu se superan las barreras de las lenguas, culturas, pueblos y religiones.
El Espíritu no es monopolio de la Iglesia. El actúa en el corazón de todos. Pero
su acción consiste siempre en llevar a las personas hacia los valores
auténticos que vienen de Dios y fueron proclamados por Jesús y por otros muchos
hombres de Dios. Ahora bien, nosotros creemos que el Espíritu está presente y
actúa de manera especial en la Iglesia. Ella es la comunidad reunida en la
unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. A todos los creyentes nos ha
dotado de dones y carismas para la construcción del cuerpo de Cristo. De esta
manera integra en la unidad la diversidad (1 Cor 12, 3-13).
En nuestro mundo contemplamos ciertos movimientos que parecen opuestos. Sobre
todo en Europa existe una búsqueda de integración y superación de barreras de
los estados nacionales, pero al mismo tiempo los diversos pueblos exigen formas
de autogobierno cada vez mayor. No es fácil conciliar ambas tendencias y mantener
el equilibrio de un cuerpo armónicamente organizado. Aunque el Espíritu anima
los grandes movimientos de la historia, su acción se centra en el corazón de
las personas, de las que hace hijos de Dios. Él es el que sabe interpretar los
gemidos de nuestro corazón y las ansias a las que apenas somos capaces de dar
nombre. Es la dignidad del hombre concreto la que está en juego
pues es la persona concreta la que responde a la acción de Dios mediante su
Espíritu. Es la persona la que recibe el Espíritu, la que experimenta la paz,
la alegría y el perdón.
El camino de la Iglesia, el camino de la evangelización, pasa a través del hombre concreto. Es el hombre concreto el que tiene que ser salvado. Para que los hombres entiendan su lenguaje, la Iglesia debe acercarse al hombre concreto en su situación concreta. Ya no puede hablar desde una cátedra posesora de la verdad sino que tiene que caminar al lado de los hombres. En último término el lenguaje que entienden todos los hombres es el lenguaje del amor misericordioso. Ese es el lenguaje que están esperando los refugiados y emigrantes. Es el Espíritu el que actúa en la Eucaristía y hace actual para nosotros el misterio de Jesús. Que El nos dé la fuerza y el entusiasmo para realizar la nueva evangelización de nuestro mundo.