El Espíritu os lo recordará todo

22 de mayo de 2022 –  6 Domingo de Pascua

 

Durante la mayor parte de la historia, la humanidad ha vivido en una cultura oral, en la que la memoria era la guardiana de las experiencias de los pueblos. Desconocer esa historia condena al hombre a repetir los errores pasados. Es increíble qué pronto se ha olvidado la Segunda Guerra Mundial y estamos alegremente embarcados en una nueva guerra, cuyos comienzos son muy parecidos a los de las anteriores. La memoria de los datos de nuestra vida constituye material de gran importancia en la construcción de nuestra identidad.  Sin esa memoria somos viajeros sin equipaje, que vamos con lo puesto y a la intemperie. 

El cristianismo está vinculado a la memoria de la experiencia del Señor Resucitado que nos han transmitido los apóstoles. Hacer memoria de Él, es hacerlo presente en la realidad de nuestras vidas. De esa manera nuestras existencias están ancladas en la gran Tradición, que no es el pasado, sino más bien el presente de la vida eclesial. ¿Cómo se actualiza ese pasado? No es el esfuerzo de nuestro memoria retrocediendo hacia atrás y que nos lo trae hacia el ahora. Es la acción del Espíritu Santo que hace actual el misterio de Cristo. El Espíritu actúa constantemente en la Iglesia, en cada uno de los creyentes y en todo el mundo. El Espíritu nos introduce en el misterio de inagotable de Cristo (Jn 14,23-29). Toda la historia de la Iglesia es vivir y hacer presente ese misterio.

El primer fruto de la acción del Espíritu, que nos hacer recordar lo que Cristo ha dicho, son los Evangelios, las Cartas de los Apóstoles y demás escritos de Nuevo Testamento, inspirados por ese Espíritu. Es verdad que el Espíritu estaba actuando ya antes de la venida de Cristo y por su inspiración se puso por escrito el llamado Antiguo Testamento. En él se recuerda y se actualiza la historia de la salvación de Dios con su pueblo Israel.

El Espíritu hace que las enseñanzas de Jesús no sean simplemente un libro cerrado sino una realidad viva donde el creyente encuentra vida. De esa manera la Iglesia no repite mecánicamente lo que recibió de Jesús sino que mediante el Espíritu va penetrando cada vez más en la revelación de Dios (Hechos 15,1-2; 22-29). No se trata de una comprensión puramente intelectual sino más bien de una realidad vivida según las exigencias de cada época, de manera que el Evangelio sea siempre Buena Nueva para cada pueblo, cada cultura y cada situación histórica. Cada uno de los creyentes, a través de su propia experiencia vital de encuentro con Cristo, va enriqueciendo la realidad de la fe cristiana, que es capaz de encarnarse en todas las culturas.

El Espíritu es el Maestro interior que actúa en la Iglesia y en cada uno de nosotros. Él es la garantía de la verdad que la Iglesia enseña y hace que ésta no se desvíe nunca de la Tradición que comienza en Jesús y a través de la misma Iglesia llega hasta nosotros. La presencia del Espíritu en cada uno de nosotros hace que la enseñanza de Jesús propuesta por la Iglesia no sea algo exterior impuesto, sino que encuentra inmediatamente su eco en lo que el creyente aprende directamente del Espíritu. Él crea esta sintonía entre el creyente y la Iglesia de Cristo.

Pero el Espíritu actúa también en el mundo y pone en el corazón de todos los hombres de buena voluntad el deseo de construir una ciudad nueva (Apoc 21, 10-14.22-23). Esa ciudad es al mismo tiempo don de Dios que viene del cielo y tarea humana de todas las generaciones. Los cristianos compartimos con todos los hombres el compromiso de construir una sociedad justa y fraterna.

El Espíritu nos enseña a través de las acciones de Jesús que actualizamos en la celebración de la Eucaristía. Pidámosle que Él nos introduzca en el misterio de Cristo para que lo podamos vivir y hacer presente en nuestro mundo.


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