El Espíritu habita en nosotros

5 de mayo de 2013 – 6 Domingo de Pascua

  

Algo se está moviendo en la Iglesia desde la renuncia del papa Benedicto y la elección del Papa Francisco. Parece que el Espíritu ha empezado a soplar y abrir nuevos derroteros para la Iglesia. Es evidente que nuestro tiempo necesita más Espíritu y no simplemente más y mejores estructuras. La crisis que estamos viviendo es una crisis eminentemente espiritual y no sólo económica y social. Por eso las soluciones tienen que venir del ámbito del espíritu.

La Iglesia y los cristianos no tenemos el monopolio del Espíritu, que sopla donde quiere, pero sin duda habita de manera especial en la Iglesia y en los creyentes. Por eso estamos llamados a hacer una contribución especial en este momento delicado de la historia. Todos en efecto estamos en la misma barca y compartimos la misma aventura espiritual. Puesto que el Espíritu y la Trinidad habitan en el corazón del creyente, todos podemos aportar algo a la construcción del mundo. La nueva Jerusalén es sin duda un regalo de Dios, pero es también construcción de las generaciones de hombres y mujeres que se abren al amor de Dios (Ap 21, 10-14). Es necesario dar la palabra no sólo a los poderosos e inteligentes sino que hay que escuchar también a los pobres y a los sencillos, a los que normalmente no tienen voz e incluso se abstienen en las elecciones.

El Espíritu es presentado como el Abogado, como el Defensor, como el Consolador, como el Paráclito (Jn 14,23-29). Todo eso significa esta última palabra tomada del griego. No cabe duda que el gran Consolador de los discípulos, mientras vivió con ellos, era el mismo Jesús. Al marcharse, los discípulos se quedan desconsolados, pero se les promete un consolador en la persona del Espíritu. Él sabrá infundirles el consuelo que necesitarán en los momentos difíciles. Cuando un niño se cae y se hace daño, basta que la madre le dé un beso en la parte herida y le diga “ya sanó”, para que el niño deje de llorar. El Espíritu sabe poner esa caricia en nuestras heridas de manera que no nos hundan en la desesperación. El Espíritu es esa presencia espiritual de Jesús Resucitado en medio de la comunidad. Como los discípulos estarán sometidos a las persecuciones delante de los tribunales, el Espíritu es el Abogado Defensor, que habla a favor de ellos, de manera que éstos no tienen que preocuparse de la propia defensa.

En realidad en este pasaje el Espíritu aparece como el Maestro que nos va enseñando todo y nos va recordando lo que Jesús nos dijo. Hay una continuidad entre la acción del Espíritu y la acción de Jesús. El Espíritu hace que las enseñanzas de Jesús no sean simplemente un libro cerrado sino una realidad viva donde el creyente encuentra vida. De esa manera la Iglesia no repite mecánicamente lo que recibió de Jesús sino que mediante el Espíritu va penetrando cada vez más en la revelación de Dios. No se trata de una comprensión puramente intelectual sino más bien de una realidad vivida según las exigencias de cada época, de manera que el Evangelio sea siempre Buena Nueva para cada pueblo, cada cultura y cada situación histórica. Cada uno de los creyentes, a través de su propia experiencia vital de encuentro con Cristo, va enriqueciendo la realidad de la fe cristiana, que es capaz de inculturarse en todas las culturas. Gracias a la acción del Espíritu la Iglesia supo abrirse  y acoger a los paganos que se convertían (Hechos 15,1-2; 22-29).           

El Espíritu nos enseña a través de las acciones de Jesús que actualizamos en la celebración de la Eucaristía. Pidámosle que Él nos introduzca en el misterio de Cristo para que lo podamos vivir y hacer presente en nuestro mundo.

 


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