El camino hacia la felicidad

13 de febrero de 2022 – 6 Domingo Ordinario

  Todos buscamos la felicidad, pero cada uno se la formula a su manera. La sociedad de consumo actual nos promete una felicidad fácil para los que tienen dinero para comprarla. Gracias a Dios también los pobres quieren ser felices y muchas veces se les ve más felices que a los ricos. Es verdad que la miseria crea también mucha infelicidad porque no permite realizar mínimamente la vocación de hombre y de creyente. La Jornada de Manos Unidas nos recuerda que los pobres están entre nosotros y nuestra indiferencia los condena al olvido.

  Las Bienaventuranzas,  como ha dicho el papa Francisco, son el carnet de identidad del cristiano (Lc 6,17,20-26). La vivencia de las Bienaventuranzas no son algo que tenemos que ocultar celosamente sino que al contrario debiera ser tan clara y manifiesta que atrajera a otros a querer vivirlas. No son sólo el carnet de identidad del cristiano sino también el carnet de identidad de Jesús  en quien nos inspiramos los cristianos. En las Bienaventuranzas Jesús nos ha dejado su autorretrato.

Hay dos maneras de enfrentarse a la vida. El profeta Jeremías describe los dos caminos como las dos actitudes fundamentales ante la vida (Jr 17,5-8). Hay unos hombres que construyen su vida sobre sí mismo y sobre los recursos puramente humanos, descartando a Dios como inútil. Para lograr tener confianza en sí mismo y en la vida intentan amasar recursos materiales para así asegurar el futuro. Al final son vidas estériles e infelices. El segundo tipo de personas intenta poner la confianza en Dios y no en sí mismos. Esta confianza fundamental en Dios, autor de la vida, es el suelo nutricio que nos alimenta y hace que nuestra vida sea fecunda y produzca frutos.

También Jesús ha formulado los dos tipos de personas en forma de bendiciones y maldiciones, de felicidad y de infelicidad. Lo llamativo es que Jesús propone un camino de felicidad que a todas luces parece ser lo contrario. En vez de una Buena Noticia, parece proclamar una Mala Noticia: la inversión de todos los verdaderos valores. Jesús llama felices a los que los demás consideran desgraciados y llama desdichados a los que todos creen afortunados.

Esa nueva manera de ver la vida y las cosas viene de la irrupción del Reino de Dios en el mundo. Jesús experimenta ya este Reino como presente y cambiando radicalmente los valores. De pronto los valores que antes sostenían la vida de los hombres han quedado superados ante la nueva propuesta hecha por el mismo Dios. No todos perciben esa presencia del Reino y por eso nuestros contemporáneos, en vez de ser modernos, permanecen aferrados a valores que, para el creyente pertenecen al pasado: la riqueza, la saciedad, el divertirse, la buena fama. Estos valores actuales no aportan ninguna novedad, son más de lo mismo.

Jesús mismo se propone como modelo de felicidad a seguir. En medio de la pobreza, de las persecuciones, del rechazo, experimenta la venida del Reino, que le llena totalmente de alegría, que le llena totalmente de Dios. Seguimos las bienaventuranzas como camino de felicidad porque es el camino que siguió Jesús y le condujo a la meta, a la resurrección, a la comunión con Dios.

Es desde la perspectiva de la resurrección y de la presencia del Reino como el creyente juzga los valores de este mundo. La perspectiva de nuestra propia resurrección nos ayuda a poner cada cosa en su sitio, a no considerar absoluto aquello que es relativo, a no reducir nuestras esperanzas a esta vida sino a abrirnos a las dimensiones del Reino.

Tiene razón Pablo: “Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados” (1 Cor 15.12.16-20). Sin la fe en la resurrección, los valores evangélicos de las bienaventuranzas carecen de fundamento. En la eucaristía celebramos y actualizamos la resurrección de Jesús y anticipamos nuestra propia resurrección. Es esta esperanza la que nos lleva a abrazar los valores evangélicos de las bienaventuranzas como fuerza transformadora de nuestro mundo.


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