11 de mayo de 2025- 4 Domingo de Pascua
En este domingo del Buen Pastor celebramos la Jornada Mundial por las vocaciones: Peregrinos de esperanza: el don de la vida. El 19 de marzo, hospitalizado en el Gemelli, el Papa Francisco dirigió a la Iglesia un hermoso mensaje. «Queridos jóvenes, la esperanza en Dios no defrauda, porque Él guía cada paso de quien se confía a Él. El mundo necesita jóvenes que sean peregrinos de esperanza, valientes en dedicar su vida a Cristo y llenos de la alegría por el hecho mismo de ser sus discípulos-misioneros». De cada uno se puede decir : yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra (Hch 13,14.43-52).
El descubrimiento de la propia vocación se produce en un camino de discernimiento. Este proceso nunca es solitario, sino que se desarrolla en el seno de la comunidad cristiana y junto con ella. El silencio en la oración es indispensable para “leer” la llamada de Dios en la propia historia y responder con libertad y de manera consciente. El recogimiento permite comprender que todos podemos ser peregrinos de esperanza si hacemos de nuestra vida un don, especialmente al servicio de quienes habitan las periferias materiales y existenciales del mundo. Quien se pone a la escucha de Dios no puede ignorar el clamor de tantos hermanos y hermanas que se sienten excluidos, heridos o abandonados.
Toda vocación nos abre a la misión de ser presencia de Cristo allí donde más se necesita luz y consuelo. la Iglesia está viva y es fecunda cuando genera nuevas vocaciones. Y el mundo, muchas veces sin saberlo, busca testigos de esperanza, que anuncien con su vida que seguir a Cristo es fuente de alegría. Por lo tanto, no nos cansemos de pedir al Señor nuevos obreros para su mies, con la certeza de que Él sigue llamando con amor.
Los fieles mantienen unas relaciones cordiales con sus pastores y los siguen cuando ven que verdaderamente encarnan la figura del Buen Pastor (Jn 10,27-30). Es así como se construye una Iglesia sinodal. Desgraciadamente habrá siempre algunos mercenarios que se aprovecharán del cargo para servirse de las ovejas, en vez de estar a su servicio. La Iglesia no está en función de sí misma, aunque algunos quieren aprovecharse de ella para hacer carrera. La Iglesia está al servicio del Reino de Dios, al servicio de los hombres, sobre todo de los más pobres.
La vocación supone una cierta capacidad de escucha de la llamada. Hoy se corre el peligro de cerrarse en banda, como hicieron los que escucharon a Pablo (Hech 13,14.43-52). Tenían ya sus esquemas hechos y todo lo que se saliera de ellos no era aceptado. La verdad es que los jóvenes de hoy no tienen nada contra Dios o contra Jesús. Lo que les pasa es que Dios no aparece en las pantallas de sus móviles. No tienen tiempo para pararse a escuchar su voz. Los paganos que escuchaban a Pablo, en cambio, estaban atentos a la novedad del Espíritu.
La capacidad de escucha supone una sintonía entre el que habla y el oyente. Jesús hace que sus oyentes se vayan identificando poco a poco con él. Jesús es el Buen Pastor precisamente porque es el Cordero degollado y resucitado, que ha dado la vida por nosotros (Ap 7,9.14-17). No es de extrañar que sus ovejas lo escuchen, lo obedezcan y lo sigan. Quieren vivir con Él porque así encuentran la vida. Los sacerdotes deben identificarse con Jesús, Buen Pastor, y conducir las ovejas hacia Él, y no hacia sí mismos.
Jesús mantiene con los creyentes una relación de amor y de amistad semejante a la que Dios mantenía con Israel en el seno de la alianza. Como Dios, Jesús tiene con sus ovejas una relación personal intensa, de conocimiento y amor. Es un amor de elección y de predilección. Sus ovejas, por su parte, corresponden a ese amor mediante la escucha y el seguimiento.
Los creyentes en Jesús están en buenos manos, en las manos del Padre porque el Padre y Jesús son uno. Por eso Jesús puede presentarse como el Pastor del pueblo, título que pertenecía a Dios mismo. El pueblo de los redimidos por Cristo tiene a Él como pastor. Él los conduce a las fuentes de agua vida, que son el Espíritu de Dios. Es Jesús el que nos da su Espíritu. Ese pueblo apacentado por Jesús habita en la casa misma de Dios, en su templo, dándole culto día y noche.
En la celebración de la eucaristía damos culto a Dios nuestro Padre. Le damos gracias porque nos ha salvado en Cristo Jesús, que es nuestro Pastor, que nos alimenta con su propia vida, con su palabra, con su cuerpo y sangre. Pidamos por todas las vocaciones y en particular por los sacerdotes que hacen presente a Jesús, Buen Pastor, en medio de la comunidad.