Cuenta lo que has visto y oído

24 octubre 2021- 30 Domingo Ordinario

Celebramos hoy en todo  el mundo el Domingo del Domund, el Domingo de las Misiones. El Papa en su mensaje nos ha recordado que » La situación de la pandemia evidenció y amplificó el dolor, la soledad, la pobreza y las injusticias que ya tantos padecían y puso al descubierto nuestras falsas seguridades y las fragmentaciones y polarizaciones que silenciosamente nos laceran. Los más frágiles y vulnerables experimentaron aún más su vulnerabilidad y fragilidad. Hemos experimentado el desánimo, el desencanto, el cansancio, y hasta la amargura conformista y desesperanzadora pudo apoderarse de nuestras miradas». Nuestra esperanza, sin embargo, en Cristo resucitado nos lleva a solidarizarnos con todos los que sufren. El ejemplo de nuestros misioneros que lo dejaron todo nos estimula a ser generosos con ellos y con las misiones para poder llevar a todos los pobres una palabra de esperanza.

También Bartimeo, el ciego del que nos habla hoy el evangelio (Mc 10, 46-52) siguió gritando, a pesar de que muchos le decían que se callara. Por eso Jesús lo llamó y lo curó: “Tu fe te ha salvado”. Creer es tener confianza en Jesús, en que él está vivo y actuando en nuestro mundo. Su amor misericordioso es capaz de llenar de sentido y de vida a toda persona que le abra el corazón y lo acoja.

Se trata de encontrarnos con Cristo como Bartimeo, que se reconoce ciego y pide a Jesús que tenga compasión de él y le dé la vista (Mc 10,46-52). Él no puede ver  a Jesús, pero sabe descubrir su misterio. Jesús es el Hijo de David, el Mesías anunciado, que debe establecer una época de paz y felicidad, en la que el hombre se vea libre de las enfermedades que no le permiten realizar en plenitud su vocación humana. Jesús, al ver su fe, lo cura. Jesús hace presente la salvación para el pueblo afligido por tantos males, que le impiden ser feliz (Jer 31,7-9). Jesús puede comprender a los ignorantes y extraviados porque él mismo está envuelto en debilidades (Heb 5,1-6). Nuestro Salvador no es un superhéroe, ajeno a nuestros problemas, sino que él los ha vivido en su propia carne. Por eso sólo en el misterio de Jesús se desvela totalmente el misterio del hombre.

Los que hemos encontrado el sentido de nuestra vida en Cristo no podemos ocultarlo. Tampoco queremos imponerlo sino humildemente proponerlo a los demás. Las misiones no son para hacer proselitismo. No se trata de que la Iglesia tenga más miembros y más poder sino de poder ofrecer un servicio a toda la humanidad. Los misioneros no son agentes de los países ricos en busca de los tesoros de los pueblos del tercer mundo. Queremos simplemente compartir con ellos el hecho de que todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre.

El Papa Francisco nos recuerda que «Jesús necesita corazones que sean capaces de vivir su vocación como una verdadera historia de amor, que les haga salir a las periferias del mundo y convertirse en mensajeros e instrumentos de compasión. Y es un llamado que Él nos hace a todos, aunque no de la misma manera. Recordemos que hay periferias que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia familia. También hay un aspecto de la apertura universal del amor que no es geográfico sino existencial. Siempre, pero especialmente en estos tiempos de pandemia es importante ampliar la capacidad cotidiana de ensanchar nuestros círculos, de llegar a aquellos que espontáneamente no los sentiríamos parte de “mi mundo de intereses”, aunque estén cerca nuestro. Vivir la misión es aventurarse a desarrollar los mismos sentimientos de Cristo Jesús y creer con Él que quien está a mi lado es también mi hermano y mi hermana. Que su amor de compasión despierte también nuestro corazón y nos vuelva a todos discípulos misioneros. Que María, la primera discípula misionera, haga crecer en todos los bautizados el deseo de ser sal y luz en nuestras tierras (cf. Mt 5,13-14)».


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