2 de agosto de 2015 – 18 Domingo Ordinario
Hace sesenta años creer en Jesús era lo más natural en los niños españoles. El Jesús del catecismo y de la misa del domingo formaba parte de la vida de entonces. Ahora uno se lleva la sorpresa de oír a niños de seis años decir que Dios no existe y ponerse nerviosos cuando se les habla de Dios. Sin duda han oído eso a sus padres. No es que esos niños hayan perdido la fe. No han oído hablar de Jesús y preguntan a veces quién es ése que aparece clavado en una cruz.
Algunos de esos niños nos preguntarán algún día por qué creer en Jesús. Los judíos se lo preguntaron a Jesús mismo que les exigía esa fe como algo querido por Dios (Jn 6,24-35). Le pidieron un signo, una prueba, de que su persona merece nuestra adhesión incondicional. Quieren ver alguna manifestación que les permita concluir que Dios está actuando en Él. Los padres en el desierto comieron un pan venido directamente de Dios. ¿Qué es lo que Jesús puede ofrecer que ponga al hombre en relación con la realidad definitiva, con Dios?
Jesús declara que sólo Dios puede poner en relación con lo definitivo, con la Vida con mayúscula. Sin duda también los judíos confiesan que la vida viene de Dios y que Dios mantiene nuestra vida a través del alimento cotidiano que recibimos de su generosidad. Pero el pan del cielo que recibió el pueblo de Dios en el desierto no dio la vida definitiva. No basta con que venga del cielo, tiene que dar la vida al mundo. Dios, sin duda, se ha comunicado al hombre a través de muchos mediadores, pero tan sólo en Cristo Jesús el hombre tiene la Vida eterna. Por eso Jesús declara: Yo soy el pan de vida.
¿Por qué seguimos creyendo en Jesús? Sin duda porque hemos ido viviendo y experimentando que en Él tenemos vida, y vida en abundancia. La fe en Jesús no es algo secundario en nuestra existencia sino que pertenece a la realidad más concreta y vital, al sentido de nuestra vida. Creyendo en Jesús uno escapa al vacío de la existencia y abandona una vida movida tan sólo por los deseos del placer (Ef 4,17,20-24). Siguiendo a Jesús se entra en una dinámica de renovación continua del espíritu. Es el Espíritu de Jesús el que crea una nueva condición humana, creada a imagen de Dios. Uno supera el vacío de la existencia y se descubre como alguien valioso a los ojos de Dios y de los demás.
¿Por qué creo en Jesús? Con el tiempo me doy cuenta que mi fe en Jesús no fue el resultado de una reflexión, ni tan siquiera de una experiencia particular que me llevara a creer en Él. En realidad mi fe es una respuesta a su presencia en mi vida, a su amor que me amó primero. Su presencia en aquellos tiempos era algo natural. Uno la sentía en la familia, en la escuela, en la parroquia, en los amigos. Uno se sentía acompañado por un amigo. ¿Por qué voy a dejar a un amigo del que sólo estoy recibiendo constantemente bienes?
Los judíos pidieron a Jesús: danos siempre de ese pan de vida. Nosotros sabemos que es Jesús ese pan de vida, que nos alimenta en la mesa de la Palabra y en la mesa de la Eucaristía. Que encontremos siempre en Él el amigo que no nos abandona nunca sino que nos va introduciendo cada vez en su intimidad y en la intimidad del Padre.