18 de julio de 2021 – 16 Domingo Ordinario
El desprestigio de los líderes, tanto políticos como religiosos, se puede constatar en las encuestas de opinión y en los comentarios que leemos y hacemos todos los días. Falta sin duda a nivel mundial un líder con un proyecto global como corresponde a situación de nuestro mundo. Una situación difícil a causa de la pandemia y de la crisis económica y social que azota ya a todos los países. Los países ricos, en vez de asumir su responsabilidad para el bien de todos, se han replegado sobre sí mismos, bajo el lema de «sálvese quien pueda». Los que tienen recursos intentan vacunar a toda la protección y no piensan liberar las vacunas para que todos puedan adquirir la ansiada inmunidad. No se dan cuenta los ricos, como nos recordó el papa Francisco, que todos estamos en el mismo barco y nos salvamos todos juntos o pereceremos todos. Si no se consigue la inmunidad para todos, todos estaremos siempre expuestos al contagio. Jesús vino para derribar las barreras del odio que separa a los pueblos (Ef 2,13-18) y a establecer la paz, entre Dios y los hombres y entre ellos mismos.
También el profeta echa la culpa de la dispersión y desunión precisamente a los pastores, a las personas que tienen la responsabilidad de crear la unión y la comunión (Jer 23,1-6). No cabe duda de que los poderes de nuestro tiempo están interesados en mantener a las personas dispersas pues así se les maneja más fácilmente. Frente a esta situación, en muchos pueblos se buscan nuevas figuras que planten cara a los poderosos de este mundo.
Ya hace más de medio siglo, Pío XII habló del cansancio de los buenos. Esa fatiga se ha agudizado en los últimos años a causa de la desproporción entre la misión a realizar y los recursos de los que disponemos. Durante estos cincuenta años las iglesias se nos han ido quedando vacías de creyentes y de pastores. El número de personas a evangelizar, por el contrario, ha ido aumentando. Ante esta situación, sentimos, sin duda, lástima porque vemos a los hombres de nuestro mundo “como ovejas sin pastor”. La tentación es la de entregarnos a un activismo desaforado que lleva a un total vaciamiento de la vida espiritual y a un no tener tiempo para Dios. En su tiempo Jesús llamó a los apóstoles para que participaran en su misión. Les invitó a reposar un poco para que no se desfondasen, pero pronto les mandó salir fuera.
Desgraciadamente el envejecimiento progresivo del clero en nuestros ambientes contribuye también a esa impresión de falta de pastor (Mc 6,30-34). El pastor ya no vive en medio de sus ovejas. Tiene a su cuidado varios pueblos, lo que está produciendo un incremento de la fatiga, que veía ya Jesús en sus apóstoles. Sin duda que esta situación está pidiendo otro tipo de pastoreo más colegial en el interno de la comunidad. Pero para ello es necesario que existan personas que sean capaces de asumir la hermosa tarea de trabajar a favor de la comunidad cristiana. Tenemos la misma necesidad de auténticos líderes políticos que vivan la política como un servicio a la comunidad.
Jesús tuvo lástima de aquella multitud abandonada y se puso a enseñarles con calma. De cara a la renovación de la vida y la sociedad, lo primero que se necesitan es nuevas ideas. Desgraciadamente estamos viviendo en un tiempo indigente en el que el pensar brilla por su ausencia. Los grandes avances tan sólo se dan en la tecnología. Tenemos el poder de hacer casi todo los que nos proponemos, pero nos falta la capacidad de reflexionar acerca de los fines. Se da por supuesto que esta civilización técnica hace más felices a las personas, aunque las realidades parezcan desmentirlo. Tan sólo el papa Francisco y algunos más se atreven a cuestionar esta sociedad tremendamente injusta. Desgraciadamente los técnicos y expertos de los que se rodean los gobernantes para vivir a costa del pueblo se convierten en los apologistas de la política del momento y cierran los ojos ante las exigencias de la verdad de la persona y de la sociedad. Jesús reúne a su pueblo disperso en torno a la Eucaristía para escuchar su Palabra y para participar en el sacramento de la unidad de manera que su Iglesia sea fermento de unidad en el mundo.