Bienaventurados los pobres

1 de noviembre de 2013 – Todos los Santos

 

Por primera vez en muchos años los católicos nos vemos interpelados a vivir las bienaventuranzas por el ejemplo del propio papa. Ahora no caben las excusas de que el papa vive en un palacio. Por primera vez un papa se ha tomado en serio el vivir como una persona corriente, en la medida en que puede serlo con su responsabilidad. No sabemos si ese estilo de vida va a ser sólo el del papa o si los demás miembros de la jerarquía y pueblo van a hacer igual. Digamos de paso que, a raíz del Vaticano II, en general los obispos y los sacerdotes han hecho un esfuerzo inmenso de acercarse al estilo de vida de la gente sencilla.

El deseo de una Iglesia de los pobres y la referencia de su nombre a Francisco de Asís muestra bien a las claras el deseo del papa de un nuevo rumbo para toda la Iglesia. Se trata de decidirse a vivir de manera práctica las Bienaventuranzas que están resumidas en la primera: Bienaventurados los pobres (Mt 5,1-12). En realidad las que le siguen son variaciones de este único tema. No cabe duda de que los santos han sido pobres o han vivido pobremente, preocupados de los pobres, compartiendo con los pobres lo que tienen.

Si miro en el calendario de los santos no encuentro ninguno que haya vivido como un rico, despreocupado de los pobres. El vivir entre la riqueza crea un aburguesamiento y una vida instalada y mediocre. Es lo que le está pasando a la Iglesia de nuestro continente. Una Iglesia instalada no tiene nada que decir a nuestro mundo que es maestro en instalaciones. Tan sólo una Iglesia que ponga en cuestión la vida cómoda a la que aspiran nuestros contemporáneas tendrá un mensaje de esperanza para todos los que luchan cada día para poder vivir todavía mañana.

Las Bienaventuranzas son todo un programa de vida individual y social basado en los nuevos valores aportados por Jesús. Él ha encarnado y proclamado los nuevos valores evangélicos que hacen presente la venida del Reino. Ellos hacen visible el amor incondicional de Dios por los pobres y los perdedores de este mundo, que son el objeto de predilección de Dios. Jesús vivió feliz en la pobreza, en la falta de influencia, en la confianza ingenua en Dios y en los demás. Su mirada transparente le permitía descubrir la presencia de Dios donde parecía que todo estaba perdido. A pesar del rechazo que experimentó, no perdió la felicidad. Estuvo convencido de que el Dios del amor quería traer su Reino a este mundo y los poderes de este mundo no podrán impedir que Dios reine. El amor de Dios es más fuerte incluso que nuestros rechazos y odios que llevaron a quitar del medio al mismo Jesús.

Los santos han sido ante todo personas de fe que se han abierto a Dios y han acogido el amor de Dios en sus vidas y han entrado en ese circuito del amor, dejando que el amor de Dios pase a través de ellos hacia todas las personas, buenas y malas, amigos y enemigos (1 Jn 3,1-3). Por eso en los santos vemos realizado el ideal de hombre que Dios tuvo en el momento de la creación.

Todos estamos llamados a la santidad. Dios no se da tan sólo a un grupito de privilegiados. Se comunica a todos y nos hace santos y nos invita a vivir la santidad, a vivir como hijos suyos. El que tiene esta esperanza se purifica cada día. No nos dejemos robar la esperanza. Tenemos esa nube inmensa de hermanos que nos animan a seguir trabajando por purificar nuestro mundo poniendo en él la esperanza y el amor cristiano.

 

 


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