24 de marzo de 2013 – Domingo de Ramos
Este año hemos vivido una cuaresma intensa. La primera parte ha estado marcada por la renuncia del Papa Benedicto, la segunda por la elección del Papa Francisco. Creo que éste a través de los pequeños gestos de estos primeros días de su pontificado ha manifestado claramente su deseo de una Iglesia de los pobres y para los pobres. Si hoy día fuera posible también él cabalgaría sobre una sencilla cabalgadura dejando de lado los lujosos coches. Desgraciadamente el tema de su seguridad no le permitirá ser todo lo cercano que a él le gustaría y que tiene de sobra demostrado en el pasado.
El Domingo de Ramos es como el pórtico de la Semana Santa. En él vemos ya presente los dos grandes acontecimientos de la vida de Jesús, su muerte y su gloria. La “entrada triunfal” en Jerusalén anuncia su triunfo definitivo (Lc 19,28-40). En cierto sentido inaugura el Reino con su solemne entrada en la capital, aclamado por la gente sencilla. Ésta comprende bien el mensaje del gesto profético de Jesús. Sabe que él viene a servir y a no ser servido. No tiene un ejército con el que imponerse. Su fuerza es el amor.
La lectura de la pasión, hoy y el Viernes Santo, da una densidad especial al misterio de la cruz, con la que Jesús redimió al mundo. Vamos a contemplar la pasión del Señor no como simples espectadores, que permanecen fuera del juego, sino entrando también nosotros en ella. Metámonos dentro de los diversos personajes. Ante todo identifiquémonos con Jesús “que me amó y se entregó por mí”. Descubramos sus sentimientos profundos de amor al Padre y a los hombres. Siendo Dios, se despojó de toda gloria y compartió la condición de los pobres y humildes. Más aún, se hizo obediente hasta la muerte de cruz (Filp 2,6-11). Es ese vaciamiento de sí mismo, para poder ser solidario con los últimos de la tierra, el que le permitirá llenarse totalmente de Dios en la resurrección. A los ojos de la sabiduría humana, el misterio de la cruz es una locura, pero para los que creen en Cristo es la manifestación del amor, de la fuerza y de la sabiduría de Dios. Hay que entrar en el misterio de la cruz con un corazón de discípulo, que quiere aprender de su Señor, sin tener miedo a arriesgar la vida.
En la Pasión de san Lucas, Jesús aparece como el justo inocente perseguido injustamente por sus enemigos (Lc 22,14-23,56). Su sufrimiento revela el amor y la misericordia del Padre para con todos sus hijos descarriados. La cruz de Cristo no tiene nada de trágico sino que encarna el amor con el que cada discípulo tiene que llevar en su vida las contrariedades y contradicciones a causa del seguimiento de su Señor. La pasión de Jesús es siempre actual. Jesús murió para que nadie más fuera condenado injustamente, pero su historia se repite constantemente. Los que hoy día gimen bajo el peso de la cruz saben, sin embargo, que no están solos, que Jesús y un gran número de testigos les han precedido sin dejarse aplastar por el sufrimiento sino experimentando de manera misteriosa su efecto redentor.
Pero también la contemplación de los demás personajes de la pasión, nos ayudan a descubrir la realidad de nuestras vidas y de nuestro pecado. Judas, el discípulo que lo entregó, es para todos nosotros una seria advertencia de que también nosotros podemos traicionar a Jesús y hundirnos después en nuestra desesperación. También Pedro lo negó, pero supo llorar su pecado. Los otros discípulos lo abandonaron por miedo, pero volvieron a creer en Él cuando lo vieron resucitado. Pilato se lava las manos en signo de inocencia, pero condena al inocente para no perder la amistad con el emperador. Herodes, curioso por poder ver algún milagro, se reconcilia con Pilato que le envió a Jesús para que lo juzgara. Los sumos sacerdotes consideran a Jesús un blasfemo, porque ha anunciado un Dios de misericordia y de perdón. ¿Qué personaje eres tú en la pasión de Jesús que continúa hoy día? La pasión de Jesús se actualiza en la celebración eucarística. Al comulgar el cuerpo de Jesús participamos en su destino de muerte y resurrección. Empecemos con ánimos la Semana Santa y acompañemos a Jesús a lo largo de ella para llegar a la alegría de la Pascua.