21 de julio de 2019 – 16 Domingo Ordinario
Nuestra cultura de la de la diversión acapara todo nuestro tiempo libre y al final no tenemos tiempo para prestar atención a las personas y escucharlas. La búsqueda continua de experiencias cada vez más excitantes nos hace vivir estresados. Jesús no era una persona solitaria dedicada a la contemplación. Su agenda de cada día estaba siempre a tope, pero no caía en un activismo febril sino que sabía buscar sus momentos de descanso. Marta, María y Lázaro eran tres amigos entrañables de Jesús con los que pasaba sus buenos momentos. Las dos hermanas aparecen en el evangelio de hoy realizando actividades distintas.
Aunque la tradición cristiana ha visto en ellas algunas veces la representación de la vida activa y de la vida contemplativa, parece que más bien encarnan dos de las dimensiones de la vida, que todos debemos cultivar. Hay muchas más, sin olvidar el sufrimiento del que nos habla san Pablo (Col 1,24-28). En todas ellas somos a la vez activos y pasivos. En la vida recibimos y damos, damos para recibir y recibimos para dar. Ante todo queremos recibir amor para dar amor. Ese amor uno lo experimenta cuando presta atención a la fuente del amor: Dios que nos ha amado primero.
El que escucha la palabra, el que escucha a las personas, encuentra a Dios y a Cristo en la vida. Así experimenta una transformación interior que se traducirá en su manera de vivir y en sus acciones y sufrimientos. Es lo que uno vive de manera especial en la oración cuando ésta es auténtica, cuando uno se expone a la presencia de Dios. Por eso Jesús aparece muchas veces en el evangelio orando a solas. Dios está siempre actuando y ponerse en su presencia es entrar en su acción de salvar el mundo.
Marta sirve al maestro, María lo escucha. Marta pretende que María abandone su propio ministerio de escucha de la palabra a favor del servicio (Lc 10,38-42). Jesús no sólo la defiende sino que indica que la escucha de la palabra es lo único necesario y al mismo tiempo es lo mejor. Que sea lo único necesario no excluye la existencia de otros ministerios. La vida eclesial no se rige por la ley de la necesidad sino por la riqueza de dones del Espíritu.
Jesús alaba a María porque ha sabido centrarse en su vida, buscando lo único necesario y escogiendo la parte mejor. No siempre la parte necesaria es la mejor. Pero en este caso sí. Escuchar la palabra del Señor es lo único necesario y lo mejor que uno puede hacer. Pero la piedra de toque de la calidad de nuestra vida será siempre el servicio. San Ignacio de Loyola comprendió muy bien que no se podían separar ambas realidades y lo formuló diciendo: “en todo amar y servir”.
Probablemente el error de Marta es querer reducir todo unilateralmente al servicio práctico y pretender que es lo único que uno debe hacer y no perder el tiempo como su hermana. Eso es lo que le pierde a Marta. Quiere imponer su punto de vista a su hermana y para ello busca el apoyo de Jesús. Jesús no se lo da. María, en cambio, respeta lo que Marta está haciendo y no le pide dejar de moverse y venir a sentarse a los pies de Jesús para escucharlo.
El ejemplo de Abrahán (Gn 18,1-10) es muy elocuente. Da hospitalidad al Señor bajo la forma de los tres mensajeros. Los acoge en su tienda, les dedica tiempo y prepara todo lo necesario para servirlos. Da órdenes, pero también él se mueve y pone manos a la obra. Más tarde tendrá un sabroso coloquio con ellos. Ha sabido integrar la atención a las personas y el servicio concreto a su necesidad de comer.
En la celebración de la eucaristía se integran la escucha de la palabra de Dios, la participación en el banquete que el Señor prepara para nosotros, y el envío a hacer presente el amor de Dios que hemos experimentado. Así vivimos en plenitud toda la riqueza de vida eclesial.