Al soplo del Espíritu

5 de junio de 2022 – Domingo de Pentecostés

Llevamos ya más de cincuenta años experimentando en Europa la disminución del número de creyentes y una gran dificultad para transmitir la fe a las nuevas generaciones. No se trata, claro está, de emitir mensajes inteligibles y atractivos sino de ser capaces de iniciar a los hombres de nuestro tiempo en la experiencia cristiana del Señor resucitado. Estamos en la misma situación que los apóstoles  el día de Pentecostés: anunciar a Jesús a los que lo habían rechazado y a otros que no sabían nada de lo que había ocurrido (Hechos 2,1-11).

Ese anuncio fue posible gracias a la venida del Espíritu Santo que transformó totalmente a los apóstoles que superaron los miedos que les atenazaban y les tenían encerrados en casa, sin atreverse a salir fuera (Jn 20,19-23). Ahora se hacen presentes en la plaza pública y dan testimonio del Señor resucitado. Es hora que también nosotros superemos nuestros miedos y falsos pudores y seamos capaces de suscitar la cuestión de Dios entre muchos de nuestros amigos que se han ido alejando de la práctica cristiana. Cada vez se está viendo más claramente que la transmisión de la fe pasa por la experiencia de fe en la familia. Si la familia no apoya esa vivencia, la catequesis de los niños será un puro barniz que a veces desaparece apenas hecha la primera comunión. Tan solo el Espíritu es capaz de tocar el corazón de los padres y de los hijos. No bastan las técnicas catequéticas. La fe es un regalo de Dios.

Gracias al Espíritu se superan las barreras de las lenguas, culturas, pueblos y religiones. El Espíritu no es monopolio de la Iglesia. El actúa en el corazón de todos. Pero su acción consiste siempre en llevar a las personas hacia los valores auténticos que vienen de Dios y fueron proclamados por Jesús y por otros muchos hombres de Dios. Ahora bien, nosotros creemos que el Espíritu está presente y actúa de manera especial en la Iglesia. Ella es la comunidad reunida en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. A todos los creyentes nos ha dotado de dones y carismas para la construcción del cuerpo de Cristo. De esta manera integra en la unidad la diversidad (1 Cor 12, 3-13). En nuestro mundo contemplamos ciertos movimientos que parecen opuestos entre sí. Sobre todo en Europa existe una búsqueda de integración y superación de barreras de los estados nacionales, pero al mismo tiempo los diversos pueblos exigen formas de autogobierno cada vez mayor. No es fácil conciliar ambas tendencias y mantener el equilibrio de un cuerpo armónicamente organizado. La triste realidad de la guerra actual muestra la manipulación política de las diversidades culturales para enfrentar a unos pueblos con otros. Aunque el Espíritu anima los grandes movimientos de la historia, su acción se centra en el corazón de las personas, de las que hace hijos de Dios. Él es el que sabe interpretar los gemidos de nuestro corazón y las ansias a las que apenas somos capaces de dar nombre. Es la dignidad del hombre concreto la que está en juego pues es la persona concreta la que responde a la acción de Dios mediante su Espíritu. Es la persona la que recibe el Espíritu, la que experimenta la paz, la alegría y el perdón.

El camino de la Iglesia, el camino de la evangelización, pasa a través del hombre concreto. Es el hombre concreto el que tiene que ser salvado. Para que los hombres entiendan su lenguaje, la Iglesia debe acercarse al hombre concreto en su situación concreta. Ya no puede hablar desde una cátedra posesora de la verdad sino que tiene que caminar al lado de los hombres. En último término el lenguaje que entienden todos los hombres es el lenguaje del amor misericordioso. Ese es el lenguaje que están esperando los refugiados y emigrantes. Es el Espíritu el que actúa en la Eucaristía y hace actual para nosotros el misterio de Jesús. Que El nos dé la fuerza y el entusiasmo para realizar la nueva evangelización de nuestro mundo.


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