María, signo de esperanza

15 de agosto de 2025 – Asunción de la Virgen María

El querido Papa Francisco pudo todavía convocar la celebración del Año del Jubileo: Caminar juntos en la Esperanza. La realidad del mundo actual parece dejar pocas posibilidades para vivir esperanzados. Las guerras destructoras que nos acompañan estos años muestran al descubierto el egoísmo de un grupo privilegiado, ligado a la carrera de armamentos, que no duda en poner en peligro el futuro del planeta. El Covid sigue ahí presente y, aunque tenemos las vacunas, algunos piensan que es peor el remedio que la enfermedad. Es el imperio farmacéutico el que se está forrando. Los movimientos migratorios están encontrando un cierre de fronteras y creación de muros que impiden que las personas puedan buscar un futuro mejor. La Inteligencia Artificial que representa un progreso tecnológico, al mismo tiempo, amenaza el futuro de la humanidad pues se está usando también al servicio de la guerra y del control de las personas. Los cálculos humanos nos dicen que, por el momento, esto no hay quien lo pare.

¿Es posible todavía tener esperanza en un futuro mejor? Sin duda, pues nuestra esperanza no se basa en los cálculos humanos sino en las promesas del Señor que se ha comprometido a caminar con nosotros y abrirnos el futuro de Dios, que desborda todas nuestras expectativas. Nuestra esperanza brota de nuestra fe, en particular del último el último artículo del credo, que el Beato Chaminade recomendaba meditar frecuentemente: credo en la resurrección de la carne y en la vida eterna (1 Cor 15,20-26).

La Asunción de María muestra toda una imagen de la humanidad nueva que ha sido inaugurada ya en la resurrección de Jesús. No se trata del superhombre sino de la realización del sueño de Dios en la humildad de una mujer, hermana nuestra, que comparte con nosotros todas nuestras limitaciones y grandezas. La Asunción es el coronamiento de toda una vida en la que el último toque lo da Dios, haciendo que la Madre se parezca lo más posible al Hijo ya que había estado asociada a todos sus misterios. Es en cierto sentido el resultado de una vida de fe por la cual Dios vino a habitar en su seno. Eso no cambió su vida sencilla sino que siempre fue peregrina en la fe, tratando de discernir los signos de los tiempos en su historia concreta.

La fe fue el fundamento de su felicidad (Lc 1,39-56). María puso en el centro de su vida a Dios, manifestado en Cristo Jesús, y se dedicó totalmente a la causa de su Hijo, la salvación de los hombres. Porque se fue vaciando de sí misma, al final pudo llenarse totalmente de Dios y dejarse transformar por la gloria del Resucitado. Esa transformación afectó a la persona entera, cuerpo y alma, con toda la historia concreta vivida. María, exaltada en la gloria, no está lejos de nosotros que nos debatimos todavía en medio de las dificultades de la lucha contra el dragón, que amenaza siempre con devorar la vida naciente (Ap 11,9-12,10) .

María, siempre solidaria con la Iglesia que peregrina, aparece para todos nosotros como un signo de esperanza. Nuestra vida no es una pasión inútil que termina con la muerte en la nada. Estamos destinados, también nosotros, a ver transformados nuestros cuerpos y nuestras almas, las historias que hemos vivido y todas las realidades que hemos amado. Todo esto es el germen de la nueva creación inaugurada por Cristo y que vemos resplandecer también en María. En esta eucaristía alegrémonos con María porque ha llegado ya a la meta deseada y pidámosle que ella sea siempre para nosotros un signo de esperanza que nos lleve a trabajar por la venida del Reino.


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