29 de marzo 2020 – 5 Domingo de Cuaresma
A estas alturas el virus ha ido contagiando a muchísimas personas y se ha ido llevando a algunos de nuestros seres queridos, familiares, amigos y conocidos. Lo que más nos duele es no haber podido verlos desde el momento en que fueron hospitalizados. No hemos podido despedirnos de ellos y agradecerles lo mucho que nos han querido y cuidado, y decirles que también nosotros los queríamos. Nos hubiera gustado decirles que para nosotros no morirán nunca pues el amor no muere. No tardemos en decírselo a todos los que todavía están vivos. Lo que más nos duele es no poderles acompañar en su incineración. Nos consuela, sin embargo, saber que ellos están ya con el Señor, liberados de las ataduras de la muerte ¿Es capaz Dios de abrir nuestros sepulcros? (Ezequiel 37,12-14).
La fe cristiana nos confirma que Dios es el Dios de la vida y que Jesús triunfó sobre la muerte. El Espíritu del Señor que habita en nosotros dará vida a nuestros cuerpos mortales (Rom 8,8-11). La quinta etapa en nuestro caminar cuaresmal anuncia la resurrección de Jesús, anticipada en la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-45). La vida triunfa sobre la muerte. Por el bautismo hemos resucitado con Cristo. La muerte de Lázaro, amigo de Jesús, había sido precedida de una breve enfermedad de la cual Jesús había tenido noticia por un mensaje enviado por las hermanas del enfermo. Jesús ante sus discípulos relativizó la gravedad de la enfermedad en la que vio una ocasión de manifestar la gloria de Dios.
Cuando finalmente decide ir a verlo, sus discípulos le recuerdan las amenazas que pesan sobre Él de parte de sus enemigos. Eso no parece inquietarle y puede comentar con sus discípulos la muerte de Lázaro, presentada como un estar dormido. Esa es la visión cristiana de la muerte. Ésta no es un final sino un descanso en espera de la resurrección. Tomás, como buen discípulo, expresa su disponibilidad a morir con el maestro.
Jesús llega demasiado tarde pues Lázaro ya llevaba cuatro días enterrado, es decir, era imposible que volviera a la vida. Su hermana Marta le reprocha a Jesús el llegar demasiado tarde. Él le promete que su hermano resucitará. Marta, como los judíos piadosos, cree sin duda en la resurrección pero en el último día, al final de los tiempos. Jesús en cambio proclama la actualidad de la resurrección para la persona que cree en Él. Marta dará el salto y confesará su fe en Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios.
También María, la otra hermana, fue al encuentro de Jesús que la llamaba y le reprocha su tardanza. Al ver llorar a todos, Jesús se conmovió mostrando claramente el amor que tenía por Lázaro. ¿Es capaz el amor de triunfar sobre la muerte? Uno que hace milagros ¿puede impedir que alguien querido muera?
Jesús irá a la tumba a confrontarse directamente con la muerte, a pesar de la observación de Marta de que el muerto ya huele mal. Jesús pide de nuevo fe. Para vencer a la muerte invoca al Padre, que siempre lo escucha. Pide el milagro para que la gente crea que es su enviado. La victoria sobre la muerte acaece mediante su palabra todopoderosa que manda al muerto dejar el reino de la muerte y venir al de los vivos.
El muerto obedeció. El milagro se realizó y tuvo como consecuencia el que muchos creyeran en Él. Jesús es el dueño de la vida y de la muerte. Nada va a impedir el que vaya libremente hacia la muerte porque confía que el Padre lo resucitará para siempre. La resurrección de Jesús ha irrumpido con toda su fuerza en nuestro mundo y ha transformado nuestra vida y nuestra muerte al creer en Él. Que la celebración de la eucaristía sea para nosotros, como decían los Padres, “medicina de inmortalidad”.