5 de abril de 2020 – Domingo de Ramos
La celebración de la Semana Santa este año será distinta. Tendrá un carácter de sobriedad e intimidad, parecida a la cena de Jesús y a su resurrección. No habrá las multitudes del día de su Pasión evocada en nuestras procesiones tradicionales. Pero todos celebraremos con intensidad su pasión y resurrección. Las muchedumbres que seguían a Jesús quisieron alguna vez proclamarlo rey y Él se escapó. Pero, al acercarse a Jerusalén para sufrir su pasión, Él mismo escenificó lo que habría de ser su realeza, una realeza alternativa. En vez de entrar como un triunfador, se presenta como una persona humilde, dispuesta a afrontar los fracasos de la vida (Is 50,4-7). Escucharemos una vez más la lectura de la pasión (Mt 27,11-54). No asistiremos, sin embargo, como si se tratase de un espectáculo, ajeno a nuestras vidas, sino que nos sentiremos protagonistas de lo que ocurre y trataremos de entrar en los sentimientos profundos de las personas, sobre todo de Jesús.
El himno de la Carta a los Filipenses (2,6-11) nos permite situarnos en el corazón del misterio pascual que celebraremos esta semana. Es un misterio de humillación y de exaltación. Tenemos que vivir ambas dimensiones con los mismos sentimientos de Cristo Jesús. La dimensión de humillación resume toda la vida de Jesús, que va descendiendo progresivamente en la escala humana hasta tocar el fondo.
Jesús, como Dios, podía haber vivido como Dios, pero curiosamente quiso vivir como un hombre. Todo lo contrario de Adán, que quiso ser como Dios y no simplemente un hombre. Pero Jesús no buscó el ser un hombre con privilegios que facilitan la vida sino que se hizo uno de tantos, más aún adoptó la forma de servidor, de esclavo. Es lo más bajo en la escala social. Una persona sin derechos. Podemos decir que Jesús renunció a sus derechos para defender a los que no tienen derechos.
El hombre toca el fondo de la existencia humana cuando muere. Jesús aceptó obediente la muerte, porque veía en ella la manera de solidarizarse con el hombre sometido a la muerte. Jesús aceptó además una muerte de cruz, es decir, una muerte infame, como la de un esclavo, o peor, como la de un pecador renegado. Él cargó con nuestros pecados.
Es entonces cuando Dios lo exalta. Se refiere sin duda alguna a la resurrección y ascensión, consecuencias de su humillación. Es Dios el que transforma totalmente la situación y muestra que Jesús era el Hijo amado del Padre y no un pecador como creían sus enemigos. Dios le da su propio nombre, es decir su propia realidad y esencia, su divinidad. El Verbo era Dios desde toda la eternidad y recibía la divinidad del Padre y a Él la devuelve eternamente. Pero ahora es el Verbo encarnado el que recibe de Dios la divinidad. Es decir la humanidad ha sido introducida en el seno de la divinidad. Ahora Jesús es adorado como Dios y considerado Señor del cielo y de la tierra.
El Domingo de Ramos anticipa un poco ese triunfo de Cristo para que no nos desanimemos cuando lo veamos totalmente humillado y abandonado. Sabemos que es precisamente esa humillación la que lo llevará al triunfo. Confiemos también nosotros en este tiempo de prueba y mantengámonos fieles a Jesús. Ya que compartimos su pasión, tendremos también parte en su resurrección.