¡Qué bien se está aquí!

6 de agosto de 2023- Fiesta de la Transfiguración del Señor

Hay experiencias inolvidables. Sin duda alguna lo será la de la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa para todos los participantes. Son muchos los que se han estado preparando durante estos tres últimos años para este encuentro de manera que han avivado profundamente el deseo de estar en esta cita de la juventud católica. Podrán experimentar que los jóvenes católicos no son solo el futuro de la Iglesia sino que están siendo ya el presente. Con ellos cuenta el papa Francisco para que la Iglesia afronte los retos del cuidado de la casa común y de la fraternidad universal.

San Pedro nos cuenta su experiencia de la transfiguración de Jesús (2 Ped 1,16-19). Se trata de una irrupción de la gloria, de lo definitivo, en la vida de Jesús. Es por tanto una experiencia inagotable que supera las posibilidades humanas presentes. Es la experiencia del resucitado que funda toda la experiencia de fe de los discípulos y de sus seguidores, entre los que estamos nosotros. Nuestra fe no se basa en mitos o leyendas sino en una realidad experimentada y vivida: la irrupción de Dios en la vida de Jesús, proclamado como su Hijo escogido, al que hay que escuchar. Esa palabra no es una fábula sino que es una palabra creadora de historia, que anticipa el final de la historia. Pedro sin duda olvidó esta experiencia en el momento de la pasión, pero después de la resurrección la comprendió a fondo. Se dio cuenta de que en ella no sólo se había anticipado la resurrección de Jesús sino la venida de lo definitivo, del final de los tiempos.

Está claro que es una experiencia que debemos anhelar pero no programar ni fabricar. Es una experiencia que nos es dada y regalada. El primero que debió sorprenderse fue el mismo Jesús. Debió sorprenderse de la transformación profunda que experimentó en su ser, transformación que no pasó inadvertida a sus discípulos. Fue un anticipo de lo que sería su resurrección prefigurada por el hecho de la presencia de Moisés y Elías. Estos dos profetas habían muerto muchos siglos antes de Jesús y, sin embargo, aparecen vivos conversando con él. Pedro se da bien cuenta de que debe dirigirse a Jesús y no tanto a los otros dos personajes, por más que ellos estén resucitados, mientras Jesús está todavía en su vida terrena. Intuye el misterio profundo de Jesús, tal como lo proclamará Dios Padre: Este es mi Hijo Amado, en quien me complazco. ¡Escuchadlo! Es Jesús el centro de nuestras vidas. Al final de la visión aparece Jesús solo, que invita a volver a la realidad y poner los pies sobre tierra. Nuestra fe en el Señor resucitado no nos lleva a vivir en las nubes sino a preocuparnos de nuestro mundo para que este mundo tenga vida. Es lo que hará Jesús nada más bajar de la montaña. También nosotros, después de este encuentro con el Señor resucitado en la eucaristía, volvamos a nuestras tareas ordinarias, pero con la conciencia del regalo que hemos recibido.


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