29 de diciembre de 2013 – La Sagrada Familia de Jesús, María y José
La diversidad de modelos de familia que han ido surgiendo en los últimos cincuenta años, y que tanto escandalizan a algunos, es la mejor prueba de que la familia sigue siendo la célula de la sociedad. Ella es el santuario del amor y de la vida. Amor y vida, que como valores tan elevados, son los más frágiles, pero sin los cuales la vida individual y social se derrumba. Hay sin duda un modelo de familia cristiana, pero los creyentes no tenemos el monopolio de la familia. Podemos sí proponer nuestro modelo, pero no podemos imponerlo. Lo importante es que en todo tipo de familia las personas sean amadas y estimadas por lo que son, que exista en ella un amor incondicional entre los miembros que la componen. Que reinen en ellas esas relaciones de cariño, misericordia y ternura que preparan a las personas para vivir en el seno de la gran familia humana, que es la misma familia de Dios. Dentro de ella, la Familia Marianista quiere vivir un estilo de vida que se inspira en las actitudes de María.
La Sagrada Familia ilumina los valores de la familia humana y cristiana en la medida en que nos permite comprender la aventura humana de Jesús. Los padres no sólo traen los hijos al mundo sino que se desviven por ellos para ayudarles a ser personas adultas, que pueden asumir libremente su propio destino. Eso es lo que hicieron José y María con Jesús.
No son los padres los que deciden el camino de los hijos. Eso es verdad sobre todo en el caso de Jesús, pero debiera también serlo en los demás casos. El niño es ya una persona que hay que respetar. El camino de Jesús está marcado por la intervención de Dios, que manifiesta su voluntad a través del ángel y de las circunstancias de la vida. José y María obedecen la voluntad de Dios respecto a ese niño. También los padres debieran ser capaces de descubrir y ayudar al niño a descubrir cuál es el proyecto que Dios tiene sobre él (Col 3,12-21). Ese respeto al niño no debe llevar a una indiferencia respecto a la fe y a los auténtico valores humanos que hay que transmitir al niño, con el pretexto de que debe descubrirlos él cuando sea mayor.
En Jesús se concentra toda la historia del pueblo de Dios (Mat 2, 13-15. 19-23). En cierto sentido tiene que revivir todas las experiencias de este pueblo para poder salvar al pueblo concreto que lleva sobre sí el peso de su pasado. El pueblo de Dios vivió en la opresión y en la persecución y Jesús va a revivir en su carne esa persecución. Siempre existirá el Herodes de turno que oprime al hombre. Pero siempre habrá un Dios dispuesto a liberar a su hijo. Todo empezó con la llamada que Dios hizo a su pueblo a salir de Egipto. Entonces salió de la esclavitud para pasar al servicio de Dios. Es este servicio el que lo constituye como pueblo libre. Es la relación con Dios la que hace que una persona sea un ser libre. Responsabilidad de los padres es ir preparando a sus hijos para esta libertad.
No es fácil vivir en libertad. Está siempre amenazada por los poderosos de este mundo. Abandonar Egipto no supone automáticamente encontrar la libertad. José tiene que hacer diversos tanteos para asegurar una existencia libre y en paz. De nuevo es Dios el que mueve los lazos de la historia de manera que se realice su proyecto. Para escapar del sucesor de Herodes que reinaba en Judea, José tiene que confinarse en los márgenes del país. Tiene que ir a la Galilea de los gentiles. Vivirá en Nazaret. Así Jesús puede incorporar a sí toda la historia marginal de todos los pueblos del imperio romano. Que la celebración de la eucaristía nos ayude a construir una Iglesia cada vez más mariana, más femenina, más acogedora, más familiar.