Por encima de todo, el amor

29 de diciembre de 2019 – La Sagrada Familia

 

El papa Francisco en la exhortación postsinodal, “La alegría del amor”, ha marcado la nueva hoja de ruta de la pastoral familiar. Sin duda la Iglesia sigue manteniendo la doctrina evangélica del matrimonio cristiano de un hombre y una mujer que se comprometen a vivir en amor fiel toda su vida. Es ese ideal al que no debemos renunciar. Pero, ante las nuevas situaciones que van apareciendo, la Iglesia tiene que acercarse a ellas para acoger, acompañar, discernir, aconsejar y ayudar. Y todo con misericordia. Sin duda la esencia de la familia es el amor incondicional.

Ese amor no es monopolio de los cristianos sino que todas las personas están abiertas al amor y cada tipo de familia trata de vivir ese amor en la medida en que las circunstancias y condicionamientos se lo permiten. En el centro de la pastoral familiar están las personas concretas a las que hay que respetar y no querer imponerles ningún tipo de ideología.

La Sagrada Familia ilumina los valores de la familia humana y cristiana en la medida en que nos permite comprender la aventura humana de Jesús. Los padres no sólo traen los hijos al mundo sino que se desviven por ellos para ayudarles a ser personas adultas, que pueden asumir libremente su propio destino. Eso es lo que hicieron José y María con Jesús.

No son los padres los que deciden el camino de los hijos. Eso es verdad sobre todo en el caso de Jesús, pero debiera también serlo en los demás casos. El niño es ya una persona que hay que respetar. El camino de Jesús está marcado por la intervención de Dios, que manifiesta su voluntad a través del ángel y de las circunstancias de la vida. José y María obedecen la voluntad de Dios respecto a ese niño. También los padres debieran ser capaces de descubrir y ayudar al niño a descubrir cuál es el proyecto que Dios tiene sobre él (Col 3, 12-21). Ese respeto al niño no debe llevar a una indiferencia respecto a la fe y a los auténticos valores humanos que hay que transmitir al niño. Tan sólo un ambiente familiar en el que se viven los verdaderos valores y se transmite el sentido de la vida es capaz de formar personas maduras y libres.

En Jesús se concentra toda la historia del pueblo de Dios (Mat 2, 13-15. 19-23). En cierto sentido tiene que revivir todas las experiencias de este pueblo para poder salvar al pueblo concreto que lleva sobre sí el peso de su pasado. El pueblo de Dios vivió en la opresión y en la persecución y Jesús va a revivir en su carne esa persecución. Siempre existirá el Herodes de turno que oprime al hombre. Pero siempre habrá un Dios dispuesto a liberar a su hijo. Todo empezó con la llamada que Dios hizo a su pueblo a salir de Egipto. Entonces salió de la esclavitud para pasar al servicio de Dios. Es este servicio el que lo constituye como pueblo libre. Es la relación con Dios la que hace que una persona sea un ser libre. Responsabilidad de los padres es ir preparando a sus hijos para esta libertad.

No es fácil vivir en libertad. Está siempre amenazada por los poderosos de este mundo. Abandonar Egipto no supone automáticamente encontrar la libertad. José tiene que hacer diversos tanteos para asegurar una existencia libre y en paz. De nuevo es Dios el que mueve los lazos de la historia de manera que se realice su proyecto. Para escapar del sucesor de Herodes que reinaba en Judea, José tiene que confinarse en los márgenes del país. Tiene que ir a la Galilea de los gentiles. Vivirá en Nazaret. Así Jesús puede incorporar a sí toda la historia marginal de todos los pueblos del imperio romano. Que la celebración de la eucaristía nos ayude a construir una Iglesia cada vez más mariana, más femenina, más acogedora, más familiar.

 

 

 

 

 

 


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