20 de abril de 2014 – Vigilia Pascual de la Resurrección
Hay reuniones de familia en las que hacemos memoria de la historia familiar. Esta noche leemos algunos momentos más significativos de esa historia del amor de Dios a favor de su pueblo. Todo empezó con la creación, inicio de esa historia y momento de gracia, porque Dios crea al hombre a su imagen y semejanza para poder compartir con él su vida divina (Gn 1,1-2,2). La resurrección de Jesús inaugura la nueva creación en la que todo el universo será transformado y adquirirá la plenitud a la que Dios lo tenía destinado. No sólo el hombre sino la creación entera son redimidas por la resurrección de Cristo.
Ninguno de los evangelios narra propiamente lo que pasó en el momento de la resurrección. Todos utilizan un lenguaje eminentemente simbólico, el único que puede unir el tiempo y la eternidad. Mateo es el único que aparentemente intenta una explicación del hecho (Mt 28,1-10). Lo presenta como una intervención de Dios en la historia mediante la figura de un ángel, que provoca una especie de terremoto al correr la piedra de la entrada del sepulcro.
Ante la acción divina, tanto los guardias como las mujeres quedan presos de pánico. El ángel trata de tranquilizar tan sólo a las mujeres, que son las destinatarias del mensaje celeste. Se proclama el mensaje cristiano: el crucificado, que buscan las mujeres, no está allí sino que ha resucitado, según lo había anunciado. Es, por tanto, un hecho que no debiera sorprenderlas. Ellas mismas pueden constatar que no está en el sitio donde yacía.
El ángel confía a las mujeres el anuncio de la resurrección a los discípulos. Éste contiene no sólo el hecho de la resurrección sino también su interpretación. Jesús tiene de nuevo la iniciativa. El resucitado, presente en la historia, les da cita en Galilea para encontrarse con ellos allí. También las mujeres deben recordar a los discípulos que todo esto había sido ya anunciado por Jesús y, por tanto, es la confirmación de sus palabras.
Las mujeres, impresionadas y llenas de alegría, corrieron a dar la buena noticia a los discípulos. Para ellas había sido suficiente el escuchar el anuncio de la boca del ángel. Pero, de pronto, van a tener la confirmación al ver a Jesús que vino a su encuentro. Su saludo es una invitación a la alegría, como en otras apariciones es un deseo de paz. Paz y alegría es el saludo cristiano, fruto de la buena noticia de la resurrección del Señor.
Las mujeres, postrándose ante Él y abrazándole los pies, muestran su temor reverencial ante su persona. Por eso Jesús tiene que tranquilizarlas. Les da el mismo encargo que el ángel para sus discípulos, aquí llamados “hermanos”; les cita en Galilea. ¿Por qué en Galilea? Jesús había empezado su ministerio en Galilea. Allí había llamado a sus discípulos. La muerte había interrumpido aparentemente su misión. Ahora les va a mostrar que la misión continúa, porque Jesús sigue vivo. Jesús está vivo y eso es lo que hace que su Evangelio siga siendo una fuerza de salvación para el que cree en él, en Jesús. Que en la celebración de la eucaristía experimentemos la presencia del Señor resucitado que nos envía a anunciar esta Buena Noticia.