25 de junio de 2017 – 12 Domingo Ordinario
El pontificado de Francisco ha traído sin duda un cambio de actitud de los medios de comunicación mundiales ante la Iglesia. Confiamos que esa especie de tregua, e incluso simpatía, se prolongue. Sin duda los periodistas se han dado cuenta de que algo está cambiando en la Iglesia aunque todavía no se vean del todo los resultados. También las otras religiones han entrado esperanzadas en ese diálogo interreligioso promovido ya por Juan Pablo II. Desgraciadamente los grupos fanáticos se quedan al margen de los nuevos caminos que se están abriendo y siguen golpeando a los católicos en los países en que éstos son minoría. Sigue habiendo persecución religiosa y sigue habiendo mártires. Jesús experimentó el rechazo de los grupos fanáticos de su tiempo.
La Iglesia está al servicio del hombre. La Iglesia sabe que la Palabra de Dios ilumina a todo hombre que viene a este mundo y revela el misterio de la persona humana. La Iglesia se reconoce servidora de la verdad de Dios y confía que esa verdad es capaz de abrirse paso por sí misma en el corazón del hombre. No ignora, sin embargo, las resistencias que encuentra esa verdad a causa del pecado del hombre (Rom 5,12-15). Cree, sin embargo, en la fuerza de la gracia y de la verdad y por eso la anuncia con valentía y no la disimula. No trata de dorar la píldora ni hacer las exigencias del evangelio más llevaderas, porque sería traicionar a su Señor.
El anuncio del evangelio es peligroso porque pone en cuestión la situación de nuestro mundo y de manera particular de los poderes de este mundo que lo organizan de una manera tan injusta. La proclamación de la venida del Reino de Dios afirma que Dios va a cambiar la situación y hacer justicia a los que sufren. Ello supone derribar del trono a los poderosos. Nada de extraño que éstos reaccionen incluso con la persecución sangrienta (Mt 10, 26,-33). Ese rechazo lo experimentaron ya los antiguos enviados de Dios (Jer 20,10-13), y en particular Jesús. El poder para amordazar la palabra empieza con prohibiciones y amenazas. Si uno no se calla, el poder pasará a la acción violenta.
La existencia de amenazas o de persecuciones no debe atemorizarnos. Nada escapa a la providencia de Dios, que vela por sus hijos. Sin duda las situaciones de la Iglesia en nuestro mundo son muy variadas. Gracias a Dios en muchos países podemos practicar públicamente nuestra fe, aunque algunos se burlen de nosotros. En otros, por desgracia, proclamar las exigencias de la fe desencadena una persecución más o menos violenta. Existen, por desgracia, todavía regímenes en los que reina totalmente el silencio y la fe cristiana vive en las catacumbas. Nuestra solidaridad en la oración con todos ellos.
La fe nunca estará de moda. Por eso es necesario ser capaz de resistir y vivir a contracorriente. Es la manera de conservar nuestra fidelidad a Cristo. De esta fidelidad depende el destino de nuestro Iglesia y de nuestras vidas. Renegar al Señor con el respeto humano, con una conducta tibia o miedosa es exponerse a que Él no nos reconozca en el día del juicio. Que la celebración de la eucaristía, “pan de los fuertes”, nos dé la fuerza que necesitamos para ser testigos valientes de Cristo en todas las situaciones de nuestra vida.