2 de febrero de 2014 – La Presentación del Señor
Poco a poco el pueblo judío va reconociendo a Jesús como a uno de los suyos. No lo consideran desde luego el Mesías ni uno de los profetas, pero van abandonando su hostilidad contra él, en la medida en que también los cristianos vamos tratando de superar nuestro antisemitismo. Jesús fue sin duda causa de división entre sus conciudadanos (Lc 2,22-40). Vivió sin duda como un judío más, aunque no respetara las minucias de algunos grupos judíos. Tampoco todos los judíos de su tiempo, sobre todo los que vivían en Galilea, las respetaban.
Toda vida es un don de Dios. La de Jesús lo es de manera especial y María es consciente de ello. Cuando lo presenta en el templo, reconoce que ese niño le ha sido dado por Dios y hay que ofrecerlo a Dios. En esa ofrenda, María presenta a toda la humanidad, con la que Jesús se ha hecho solidario. Liberados del miedo de la muerte, podemos responder libremente al amor de Dios en Cristo Jesús (Heb 2,14-18).
La importancia de ese momento, que cambiaba la forma del culto a Dios, al que no se le ofrecerán ya más palomas sino el único sacrificio de Cristo, fue percibida claramente por Simeón Durante su larga vida había esperado la realización de las promesas de salvación y ahora las ve cumplidas. En Jesús Dios ha dado su “sí” amoroso incondicional a la humanidad y Simeón se siente en los brazos de Dios precisamente cuando toma al niño en sus brazos. Simeón intuye con claridad el destino de ese niño que es el Salvador de todos los pueblos. Su vida y su muerte van a ser signos de contradicción. Ante Él nadie puede quedarse indiferente sino que tiene que tomar una decisión. En ella nos va la vida o la ruina.
La misión de Jesús desborda los límites de su pueblo y se abre a todas las naciones. Jesús es un hombre universal, patrimonio de toda la humanidad, uno de los mejores frutos de su pueblo, Israel, al que la humanidad debe tanto. Jesús es la luz de los pueblos, de todas y cada una de las personas que se encuentran con él, como Simeón y Ana. “Quien cree en él no camina en las tinieblas sino que tiene la luz de la vida”. Nosotros somos portadores de esa luz. No somos un sol capaces de disipar toda la oscuridad existente, pero al menos somos una pequeña lámpara que puede mostrar el camino a seguir.
En Jesús se realiza la profecía del mensajero de Dios que viene a preparar su venida (Mal 3,1-4). Jesús es el enviado de Dios, el profeta definitivo, el mensajero de la alianza con Dios. En Cristo Dios se ha dado totalmente al hombre y éste ha dado la respuesta de amor que Dios esperaba de él.
La misión del mensajero es presentada como una purificación de los ministros del culto en el que el hombre se une a Dios. Jesús será el sumo y eterno sacerdote que presentará al Padre la ofrenda de su vida, que Dios aceptará complacido, perdonando a los hombres. Hagamos nuestra la petición de Adela de Trenquelléon, fundadora de las Hijas de María Inmaculada y con el Beato Chaminade de toda la Familia Marianista: “Presenta, oh Madre, a tus hijos, junto con tu primogénito”.