29 de octubre de 2023 – 30 Domingo Ordinario
Cuando se habla del amor, los corazones de los oyentes, desde los adolescentes hasta los ancianos, empiezan a palpitar fuertemente. Como san Agustín, todos deseamos amar y ser amados. Y no cabe duda de que el amor, incluso en las manifestaciones más elementales, cambia la vida de las personas.
El amor no es monopolio de los creyentes sino que ha sido puesto por Dios en el corazón de todas las personas. ¿Por qué Jesús ha hecho del amor el mandamiento más importante y principal ? ¿No es algo puramente espontáneo y natural? Sin duda, si reducimos el amor un sentimiento pasajero de amar al que nos ama. En ese sentido nuestro amor es siempre una respuesta. Pero los sentimientos pasan. Y Dios quiere que recordemos y no olvidemos que Él nos ha amado primero.
El amor hay que ponerlo más en las obras que en los sentimientos y las palabras. Se trata, ante todo, de querer y hacer el bien a la persona amada con la que crea una unión. Por eso se nos pide un amor total, a Dios, con todo nuestro ser y con todo lo que tenemos. (Mt 22,34-40). Se supone, sin duda que ese Dios es alguien con el que uno está familiarizado y es el que ha liberado a Israel de Egipto y ha hecho alianza de amor con su pueblo. Un Dios, que nos ha mostrado su amor entregándonos a Jesús para nuestra salvación.
Mientras el hombre actual se coloca a sí mismo en el centro de todo, el hombre religioso de todos los tiempos ha hecho de Dios el centro de su existencia. Sólo Dios es el absoluto, que exige abandonar los ídolos (1 Tes 1, 5c-10). Los hombres, yo o los demás, y las cosas nos situamos en relación con Dios. Somos relativos. Por eso el mandamiento principal es el “amar a Dios”, lo cual implica orientar hacia El todo lo que existe, personas y cosas. Este amor a Dios es una relación que brota de la alianza entre Dios y el hombre, vivida por el pueblo de Dios. En esta alianza es Dios el que ha tenido la iniciativa. Nuestro amor es una respuesta al que nos amó primero.
Lo más original de la respuesta de Jesús es que no cita solo el mandamiento principal sino que menciona dos mandamientos, uno semejante al otro. Lo que Jesús ha unido no lo separemos los hombres. La alianza con Dios crea también unas relaciones entre los miembros del pueblo de Dios. Son también unas relaciones de amor. Los miembros del pueblo se pertenecen unos a otros. No se pueda practicar la exclusión del extranjero, de la viuda, del huérfano, del pobre. El amor a Dios se expresa en unas relaciones concretas con el prójimo, empezando por el más cercano y necesitado y abriéndose a todo hombre (Ex 22,20-26).
En esas relaciones de amor, no se excluye el amarse a sí mismo aunque sin caer en el egoísmo. Sólo una persona que se ama, porque se siente amada por Dios, es capaz de amar a los demás, que también son amados por Dios. Amar al prójimo como a sí mismo significa amarlo mucho, porque uno se ama mucho a sí mismo, y porque Dios lo ama mucho. El amor es la clave de comprensión de toda la Escritura, de la Ley y los Profetas, que tratan de explicitar las exigencias del amor en las diversas situaciones de la vida. En realidad la Escritura, como historia de la salvación, es esa gran novela del amor de Dios, con sus alegrías y frustraciones. Ese amor se derrama a raudales cuando Dios en Jesús se hace Eucaristía y sella la nueva alianza en su sangre.