27 de noviembre de 2022 – Primer Domingo de Adviento
Como todos los hombres de buena voluntad, la Iglesia está preocupada por el destino de los hombres y los pueblos amenazados por la guerra. La guerra de Ucrania ha sido un duro golpe para nuestras esperanzas. Como creyentes seguimos soñando que otro mundo es posible, que no hay que resignarse a la guerra, que hay que emprender políticas de paz. La paz es fruto de la justicia y del desarrollo humano, del buen empleo de los recursos, no en armas sino en instrumentos al servicio del progreso material de los pueblos.
Empezamos una vez más el Año Litúrgico con el Adviento. La Iglesia comparte con muchos pueblos y culturas el año civil, pero tiene también su manera propia de ver el tiempo y la historia como el despliegue del misterio de Cristo. Nos acompañará el Evangelio de San Mateo que muestra la Iglesia como una comunidad en la que sigue vivo el Señor. Esa comunidad tiene como misión transformar el mundo en la gran familia de los hijos de Dios.
Es lo que proclama el profeta, no en forma de utopía que nunca vemos realizada, sino como invitación a crear “otros lugares” donde se vive la lógica evangélica de la fraternidad (Is 2,1-5). Se trata de construir esa paz que nos parece imposible, pero sin la cual no podemos vivir. Como dice el papa, no nos dejemos robar nuestra esperanza cristiana. Esa esperanza tiene que movilizar todas nuestras energías y ayudarnos a abrir caminos que lleven a la paz. El único camino es el diálogo.
La Palabra de Dios, que nos anuncia la salvación de Dios en Cristo, continúa a abrir para nosotros el futuro de Dios, un futuro de esperanza. Es esta esperanza la que va a animar todo nuestro Adviento. El Reino de Dios no viene de manera espectacular sino que está viniendo en el vivir cotidiano. Dios irrumpe constantemente en la historia, de improviso, sin anunciarse ni pedir permiso (Mt 24,37-44). Hay que estar atentos a los signos de los tiempos para descubrir qué es lo que el Espíritu está diciendo a su Iglesia.
En los tiempos anteriores al diluvio, tan sólo Noé y su familia supieron discernir lo que se les venía encima. Los demás siguieron su vida tranquila que les llevó a la perdición. Lo mismo va a pasar con la segunda venida de Cristo, como Juez definitivo de la historia. Su juicio hará una separación entre los que lo han reconocido y los que se han cerrado a su gracia. Jesús vendrá y se llevará a los suyos, mientras dejará a los otros a su suerte, es decir, ir a la perdición.
San Pablo nos recuerda que ya es hora de despertarnos del sueño porque ya está amaneciendo la salvación (Rm 13,11-14). Hemos dormido suficientemente y no se puede seguir adormilados. Durante el sueño y la noche uno baja la guardia. Se sumerge uno agradablemente en el alcohol y la diversión, que luego da resaca al despertar. No cabe duda que la cultura actual necesita este tipo de hombre adormilado e inconsciente, que es mucho más fácil de manejar que la persona lúcida y crítica.
Necesitamos un programa de vida, como Iglesia y cada uno de nosotros. El papa lo ha propuesto desde el principio y lo ha desarrollado en sus documentos. Se trata de sentirnos y vivir caminando juntos, como una Iglesia en salida que es un hospital de campaña para todos los hombres heridos que se encuentran por la vida. Es toda la humanidad la que está en camino y tratando de abrir nuevos caminos que no desemboquen en el desastre. Entre todos tenemos que construir la paz, que es siempre obra de la justicia. Para nosotros creyentes, ese impulso nos viene de nuestra fe en Cristo. Él es el Príncipe de la paz. Que la celebración de la Eucaristía mantenga vivo en nosotros el deseo de la venida y del encuentro con Jesús, que celebraremos en la Navidad.