La alegría del encuentro con Jesús

23 de  marzo de 2014 – Tercer Domingo de Cuaresma

Los que se han encontrado con Cristo han experimentado una alegría tan grande que no se la pueden guardar para sí. Necesitan comunicarla a los demás. Se convierten en misioneros de Cristo, que está en el origen de su alegría. La persona afortunada  de este domingo no tiene nombre, es simplemente una mujer samaritana, una pagana (Jn 4,5-42). A través de la revelación progresiva de la persona de Jesús, llega a la fe que hará de ella una misionera en su tierra.

La irrupción de Jesús en su vida va a producir un profundo remolino en el interior de aquella mujer. Ella va a descubrir que ella es un ser sediento, como la generación del desierto (Ex 17,3-7). Experimenta una sed, que hace que todos los días tenga que ir a buscar agua al pozo y que su sed nunca esté saciada. Al escuchar la promesa de un agua viva, su corazón se abre y ve la realidad de su propia existencia. Una vida sedienta de amor que ha ido consumiendo maridos y ahora vive con uno que no es su marido.

En el diálogo, descubre que Jesús es un profeta y eso le hace dar el salto a la trascendencia, pero ¿dónde encontrar a Dios? ¿Dónde darle culto? Las contradicciones de las opiniones humanas crean una desorientación profunda. Jesús va a ayudarle a ver claro. Dios es Espíritu y hay que adorarlo en Espíritu y verdad. La cuestión ya no es “dónde” sino “cómo”. La sed de nuestra existencia tan sólo puede ser saciada por el Espíritu, que ha derramado en nuestros corazones el amor mismo de Dios (Rm 5,1-2.5-8).

También ella esperaba la venida del Mesías, del Cristo, que lo aclararía todo. Su sorpresa es mayúscula cuando Jesús se presenta como el Mesías esperado. De pronto su vida cambia. Deja el cántaro y se convierte en misionera para su pueblo. Cuando se ha vivido una gran alegría, uno siente necesidad de contárselo a los demás. Sus paisanos no quieren perderse la oportunidad de encontrarse con el Mesías. Van donde Jesús y lo invitan a quedarse con ellos. También ellos van a creer en Jesús, unos a causa del testimonio dado por la samaritana, otros porque han hecho ellos mismos la experiencia. Ya no sólo han oído hablar de Él sino que han podido escucharlo directamente y descubrir que es el Salvador del mundo.

Ha sido todo un camino progresivo y laborioso el que hizo la samaritana y sus paisanos para llegar a creer en Jesús. Ha sido fundamental para ellos el acogerlo en sus vidas, el escucharlo y el poner sus vidas ante Él. En resumen es el proceso de la fe, que empieza con la sed de Dios que hay en el corazón de cada hombre que le lleva a buscar una respuesta a sus interrogantes. Cuando encuentra alguien que le aclara el misterio de su existencia y le da su Espíritu, uno se fía totalmente de Él y entra en su misterio. La persona de Jesús resulta inagotable. Es el profeta, el Mesías, el Salvador del mundo. Que el encuentro con Jesús en la eucaristía nos haga ir descubriendo progresivamente el misterio de su persona.


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