Este hombre era hijo de Dios

24 de marzo de 2024 – Domingo de Ramos

Los creyentes empezamos este domingo la Semana Santa, semana verdaderamente grande, porque en ella celebramos los misterios de nuestra salvación en Cristo Jesús. Celebramos que el amor de Dios es capaz de triunfar sobre la muerte, incluso la que parece más sin sentido, la que hemos visto durante los comienzos de la pandemia, que nos ha arrebatado a nuestros seres queridos, sin poder acompañarlos, sin poder despedirnos de ellos, sin poder rendirles el último homenaje de acompañarlos en su entierro. Los creyentes sabemos que después de la resurrección de Jesús, nadie muere solo, que a su lado están siempre Jesús y María y todos los miembros de la familia que están ya en la casa del Padre.

Durante su entrada triunfal en Jerusalén, Jesús es aclamado como Rey (Mc 11,1-10). En cierto sentido el mismo había escenificado el acontecimiento. Todo lo que va a vivir durante esa semana, Jesús lo había previsto y lo había aceptado libremente. Era la consecuencia lógica de lo que había predicado, la venida del Reino de Dios. Ese Reino está unido a la muerte y resurrección de Jesús.

Ya su manera de presentarse, montado en un borrico, sin un ejército, en contacto directo con el pueblo, indica qué tipo de Rey va a ser. En cierto sentido se trata de una parodia de los reyes de la tierra y de los desfiles triunfales. A través de las diversas lecturas de la Palabra de Dios a lo largo de la semana, iremos descubriendo el estilo del Reino de Dios. Jesús había hablado ampliamente de él durante su predicación y lo había presentado como un cambio profundo no sólo de las relaciones sociales sino también del corazón del hombre.

Jesús es un rey extraño. Se nos presenta como el Servidor de Dios, como un discípulo, como un iniciado que tiene una relación íntima con Dios. Cada día escucha su palabra y por eso puede decir una palabra de aliento al afligido (Is 50,4-7). Se trata por tanto de un rey cercano y accesible a sus súbditos, que le pueden confiar sus problemas. En su actuación experimenta la oposición de sus enemigos que lo golpean y  hacen escarnio de él. Eso no le arredra porque sabe que el Señor está a su lado y no le dejará fracasar. Mientras los reyes se dedican a hacer alarde de su categoría y a mandar, Jesús va a vivir como un hombre cualquiera y seguirá el camino de la obediencia. Su muerte en la cruz parecerá una muerte infame, pero en realidad es el camino hacia su glorificación a la derecha del Padre (Filp 2,6-11).

Empezamos la semana y ya evocamos el desenlace final. La lectura del evangelio de la Pasión pone delante de nosotros no sólo el argumento sino toda la narración para que nos sumerjamos en ella (Mc 14,1-15,47). Es en la pasión donde se nos revela el misterio de Jesús, el Mesías sufriente y no el triunfador esperado por sus contemporáneos. Será precisamente el centurión romano, un pagano el que sepa reconocer en aquel crucificado al Hijo de Dios.

No podemos vivir la pasión como simples espectadores sino que debemos entrar de lleno en ella identificándonos con los diversos personajes que aparecen. Esta historia habla de nosotros mismos como discípulos del Señor. Como ellos también nosotros hemos querido seguir a Jesús, pero tantas veces lo hemos negado y traicionado, lo hemos abandonado y dejado solo. A pesar de ello Jesús sigue creyendo en nosotros y nos sigue llamando para llevar su salvación al mundo.  Que la celebración de la eucaristía nos disponga a celebrar con amor y compasión los misterios de nuestra redención.


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