6 de enero de 2020 – La Epifanía del Señor
Los hombres han sido constantemente en el pasado, y lo siguen siendo, buscadores de Dios. La creencia de hace unas décadas de una desaparición de la religión, ante los avances de la secularización y de la ciencia, se ha demostrado con el tiempo una ilusión. La religión vuelve en nuestros tiempos, a veces de forma agresiva y fanática, otras de una manera “líquida”, no organizada por las iglesias. El papa Francisco está despertando en muchos la nostalgia de Dios, el deseo de encontrarse de nuevo con Jesús. Como San Pablo, el papa ha intentado, con sus palabras y sus gestos, ayudarnos a descubrir el misterio (Ef 3,2-3.5-6). Su invitación se dirige también a la Iglesia. Es necesario salir, ponerse en camino hacia los más pobres. Fue lo que hicieron los magos cuando vieron la estrella. Dejaron su torre de observación y si pusieron a seguirla. También la Iglesia tiene que dejar sus torreones en los que se ha atrincherado muchas veces para salir a la intemperie.
¿Cómo buscar a Dios en nuestra cultura secularizada? Ante todo es necesario seguir los deseos profundos de nuestro corazón, que no se dejan satisfacer simplemente con los bienes de consumo. San Agustín dirá: “nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Hay, pues, que ponerse en camino siguiendo la estrella que brilla en nuestros corazones y no permanecer cómodamente instalados.
Esta búsqueda sigue caminos intrincados como el de los Magos (Mt 2,1-12). Sintieron inmediatamente la tentación de buscar al Rey de los judíos en la capital, en Jerusalén, en el palacio de Herodes. Era lo más natural. No es fácil lo que llamamos la lectura de los signos de los tiempos, que tantas veces nos desconciertan porque no sabemos interpretarlos o queremos que digan lo que la cultura dominante nos repite constantemente: para ser felices, hay que tener dinero, consumir, pasarlo bien; lo que ayude a esto es verdadero progreso. Si se busca un rey, se piensa inmediatamente en palacios, en servidores, soldados, lujo y vida fácil. Pero no es ahí donde se puede encontrar a Jesús; la estrella que le guía a uno desaparece inmediatamente de la vista.
Para entender los signos de los tiempos es necesario hacer una lectura de ellos a la luz de la Palabra de Dios. Pero necesitamos a alguien que nos interprete esa Palabra escrita hace más de dos siglos. Es verdad que el gran intérprete de la Escritura es el Espíritu Santo que todos hemos recibido en nuestro bautismo. Él es el maestro interior, pero se sirve de la Iglesia, Madre y Maestra, para ayudarnos en nuestra búsqueda de Dios. Con la Iglesia hoy estamos aprendiendo a leer la Biblia desde los pobres. A los ojos de Dios una población sin importancia como Belén puede ser el lugar ideal para nacer. No hace falta un palacio. Es suficiente una habitación de pastores. Es entre los pobres donde podemos encontrar a Jesús, con María, su Madre, como gustaba repetir el Beato Chaminade.
Los Magos experimentan una gran alegría, que da sentido no sólo a la aventura emprendida sino a toda su vida. En el niño Jesús, reconocen a Dios y por eso lo adoran y le ofrecen sus regalos para corresponder al gran regalo que Dios nos ha hecho en la persona de Jesús. Sus vidas quedan transformadas. Tendrán que volver a vivir en su país en la monotonía de cada día, muchas veces sin estrellas, pero han regresado por otro camino. Los Herodes y los potentes de este mundo ya no cuentan para ellos. Tan sólo cuenta Jesús en quien han encontrado a Dios.
En la celebración de la Eucaristía, nos encontramos con Jesús, que nos revela al Padre y nos introduce en la intimidad de la vida de Dios. Acojámosle en nuestro corazón, presentémosle el regalo de nuestra vida y compartamos con los demás la alegría del encuentro con Jesús.