10 de agosto de 2014 – 19 Domingo Ordinario
Seguimos gozando de unos tiempos de bonanza en la Iglesia desde que el papa Francisco empezó su pontificado. Los medios de comunicación lo siguen mirando con simpatía. Hoy día incluso vuelve a existir una nueva sensibilidad religiosa que constituye al mismo tiempo un reto y una oportunidad para el anuncio del evangelio.
En medio de las dificultades que experimentamos, en las que estamos tentados de
confundir al mismo Jesús con un fantasma, lo que nos falta es fe. (Mat 14, 22-33)
Es esa falta de fe la que nos impide lanzarnos al agua o caminar sobre las olas. La fe
bíblica no es una serie de verdades sino una confianza absoluta en Dios que es el
fundamento firme de nuestra existencia. Tenemos la impresión de que vacilan los
cimientos de nuestras vidas y que estamos hundiéndonos porque no nos fiamos
totalmente de Dios. Seguimos buscando apoyos humanos y queremos un Dios a
nuestra medida. Cuando nos olvidamos de Dios o Jesús no ocupa el centro de nuestras vidas, enseguida se desencadenan las tormentas y los miedos.
Tampoco los vientos eran favorables a Elías cuando huía perseguido por el rey de
Israel. Para que su fe no vacilara tuvo que volver a las raíces, al fundamento de la fe
del pueblo, caminar hasta la montaña santa donde Dios se había manifestado a
Moisés. Allí va a encontrarse con Dios de la manera más sorprendente (1Reyes
19,9a.11-13ª). Hubo el mismo aparato atmosférico que en tiempo de Moisés, un
temporal, un terremoto, relámpagos, pero Dios no estaba en ellos. El Dios tremendo
ante el que tiembla toda la creación se presenta ahora con una voz silenciosa suave.
Dios no quiere asustar a nadie sino darnos siempre confianza. Lo mismo hizo Jesús
cuando sus discípulos estaban llenos de miedo. Se da a conocer como la persona con
la que han ido compartiendo su vida y aventuras y en la que pueden confiar. Jesús se
presenta como hacía Yahvé, como el “Yo soy”. Pero se trata de una presencia
amorosa que es capaz de calmar todas las tempestades del alma y de la vida.
Nuestra falta de fe tan sólo puede ser vencida y superada mediante la confesión de fe
en Cristo el Hijo de Dios. No se trata de una frase hecha, aprendida en el catecismo,
como respuesta a una pregunta. Se trata de vivir convencidos de que la historia del
mundo está en las manos de Dios y de su Hijo, Jesucristo. Ellos son los dueños de los
acontecimientos. El teatro de la historia puede ser todavía el lago encrespado, los elementos del mal.
Éstos, sin embargo, han sido ya derrotados por el Señor resucitado, aunque siguen teniendo todavía un cierto poder contra nosotros, lo suficiente para no dejarnos en paz. Pero sólo tienen poder sobre nosotros en la medida en que se lo damos, en la medida en que creemos que ellos son fuertes, cosa que en realidad ya no lo son. Son nuestros miedos y falta de fe los que los hacen fuertes. Pidamos al Señor en esta eucaristía participar de su victoria contra los poderes del mal y de la muerte.