El verdadero tesoro

26 de julio 2020 – 17 Domingo Ordinario

El consumismo se fue adueñando poco a poco del corazón del hombre del hemisferio norte y se erigió en el valor absoluto. La crisis actual ha puesto de manifiesto el agotamiento de ese modelo de civilización que nos ha llevado a un callejón sin salida poniendo en peligro la vida del planeta. No sólo el Papa sino otras muchas voces autorizadas han pedido un cambio de modelo de civilización. No se trata de volver atrás y renunciar al auténtico progreso humano sino de volver a los valores esenciales sobre los que se puede fundar la vida personal y social.

Esos valores, entre otros,  son la sobriedad, la solidaridad, el compartir, el cuidado del planeta y de las personas más débiles. Eran valores que conocimos los mayores en nuestra infancia y que nos hacen reconocer: teníamos menos pero éramos más felices. Sabíamos distinguir entre lo esencial e importante y lo superfluo.  Jesús se dio cuenta que el Reino de Dios era el único valor absoluto y que para conseguirlo era necesario dejar todo lo que se tenía y dedicarse totalmente al Reino.

El Reino fue su gran pasión, lo que dio sentido a su vida, lo que le movió a abrazar un tipo de vida tan poco razonable según la cultura de su tiempo. En vez de fundar una familia y ejercer una profesión se dedicó a ser predicador ambulante del Reino de Dios. Era eso lo que le llenaba, lo que le hacía feliz, la única cosa necesaria. Y supo contagiar su entusiasmo a sus discípulos, que, como Él, dejaron la familia y la profesión y le acompañaron durante su vida y muerte continuaron su misión de anunciar el Reino. Podemos decir que Jesús y sus discípulos eran personas centradas, que sabían lo que querían y que encontraron en lo que hacían la verdadera felicidad.

El Reino de Dios es el gran tesoro, la perla de gran valor,  pero no se puede adquirir a precio de saldo  (Mt 13,44-52). Exige la renuncia total a todo lo que la gente considera tesoro o cosas de valor. En comparación con el Reino, todo lo demás es relativo. Todas las cosas e instituciones humanas tienen su valor, pero un valor relativo que les viene de su relación con el Reino. El peligro de las cosas y realidades humanas está en su absolutización, en el peligro de convertirse en ídolos o pequeños dioses que nos roban el corazón y la libertad.

Durante muchos siglos la fe cristiana ha sido el gran tesoro que hemos heredado de nuestros mayores. Hoy día esa fe es vista por muchos como una realidad anticuada que no tiene valor en nuestra cultura. Son otros valores los que se han apoderado de la escena social, pero hemos ido descubriendo que esos valores no llenan las ansias del corazón humano. Hoy día es necesario tener un corazón dócil, que sepa escuchar a la tradición y una sabiduría que nos lleve a descubrir siempre los verdaderos valores humanos (1Reyes 3,5.7-12).

La crisis que estamos viviendo es una crisis de vida cristiana, que no sólo está despoblando las Iglesias sino que al mismo tiempo está corroyendo la esencia de la fe cristiana. La pérdida de valor del cristianismo a los ojos de nuestros contemporáneos no viene de la devaluación del evangelio en sí, sino de la manera como  los cristianos lo estamos viviendo. Esta situación puede ser un aldabonazo a nuestra conciencia para que despertemos y nos demos cuenta que para los que aman a Dios, todo ocurre para su bien (Rm 8, 28-30). Pidamos que la celebración de la eucaristía nos haga descubrir el gran tesoro de la fe cristiana.

 


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