Dichosos los que crean sin haber visto

27 de abril de 2014 – 2 Domingo de Pascua

Puedo considerarme dichoso de haber vivido en la época de grandes santos, como el Padre Pío de Pietralcina, Madre Teresa de Calcuta, Juan XXIII y Juan Pablo II.  Ambos pontífices son canonizados hoy.

En primer lugar vemos que los santos están hechos de la misma materia que nosotros y no escapan a las contradicciones que todos experimentamos. Son personas humanas, demasiadas humanas. Juan XXIII fue tratado por parte de la curia rumana como un ingenuo y un iluso. Considerado como un papa de transición, fue el impulsor del Concilio Vaticano II, del que está viviendo la Iglesia actualmente y de cara al futuro. Fue sin duda el papa de la bondad que provocó un deshielo en las relaciones de la Iglesia del mundo y de los pueblos entre sí para superar la guerra fría. El Beato Chaminade, fundador de la Familia Marianista fue beatificado con él y con Pío IX en el año 2000. El papa Francisco lo ha querido canonizar sin exigir otro milagro.

Juan Pablo II fue criticado durante su vida y durante su muerte. Dios no nos quiere perfectos sino santos, hombres y mujeres de Dios, a través de los cuales sigue llegando el amor de Dios a los hombres. Juan Pablo II tuvo que vivir su fe a la intemperie, como la mayoría de nosotros. Bajo el dominio de un régimen comunista ateo, proclamó siempre su fe y exigió la libertad para su pueblo. Nunca dudó de que la fe y la verdad se abren camino en el corazón de los hombres y de los pueblos.

Como Papa, dedicó todos sus esfuerzos a renovar la Iglesia, a defender y anunciar la fe a un mundo secularizado, invitando a creyentes y no creyentes a abrir las puertas a Cristo, a no tener miedo a encontrarnos con el Resucitado. También los primeros cristianos tenían miedo y estaban con las puertas cerradas hasta que vino el Espíritu y les llenó de valentía para anunciar el evangelio (Juan 20,19-31). La fuerza les venía sobre todo de una vida de comunidad intensa, centrada en la escucha de la Palabra, en la celebración de la eucaristía y en la práctica de la caridad (Hechos 2,42-47). La comunidad de bienes muestra que la comunión eclesial no era puramente espiritual. No es que hubiera una especie de caja común, sino que más bien los ricos ponían sus bienes a disposición de los apóstoles para que los distribuyeran  a los necesitados.

La fracción del pan o eucaristía existió desde el principio de la comunidad que hace memoria del Señor muerto y resucitado en espera de su retorno. No hubo Iglesia sin eucaristía sino que se constituye en su celebración. En la Iglesia primitiva la eucaristía estuvo asociada a una comida ritual. Ésta última será suprimida ya en tiempo de San Pablo por los abusos que se producían en su celebración. Además de participar en las oraciones en el templo, los cristianos fueron creando sus oraciones, himnos y cánticos propios en los que expresan el misterio cristiano y una manera particular de rezar a Dios por Cristo en el Espíritu.

Los prodigios y las señales que realizaban los apóstoles producen en el ambiente un temor reverencial. Como Jesús, los apóstoles son personas carismáticas dotadas de poderes taumatúrgicos. A través de los milagros realizados se hace manifiesto que el Reino de Dios está llegando a los hombres. Cada vez más personas se van incorporando a esa comunidad de los salvados. Sin duda fue la fuerza de Dios la que sostuvo aquella pequeña comunidad en medio de las pruebas que tuvo que pasar (1Pedro 1, 3-9). Demos gracias a Jesús en la eucaristía porque nos ha regalado la Iglesia, santa en sus santos, que son para nosotros signos de esperanza de que también nosotros podemos llegar a la santidad.

 


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