15 de agosto de 2020 – Asunción de la Virgen María
La pandemia del coronavirus nos ha hecho palpar nuestra vulnerabilidad, somos personas expuestas, amenazadas y mortales. Es la llamada contingencia del ser humano: no somos necesarios ni tenemos en nosotros el fundamento de nuestra existencia. Los sueños de inmortalidad que han fomentado los progresos tecnológicos siguen siendo eso: sueños.
No por eso nos vamos a hundir en el pesimismo y la desesperación. Dios es el Dios de la vida y nos llama a la vida en Jesús resucitado. Para nosotros, marianistas, la fiesta de la Asunción de María nos sitúa de lleno en el último artículo del credo, que el Beato Chaminade recomendaba meditar frecuentemente: creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna (1 Cor 15,20-26). La Asunción de María muestra una imagen de la humanidad nueva que ha sido inaugurada ya en la resurrección de Jesús. No se trata del superhombre sino de la realización del sueño de Dios en la humildad de una mujer, hermana nuestra, que comparte con nosotros todas nuestras limitaciones y grandezas.
La Asunción es el coronamiento de toda una vida en la que el último toque lo da Dios, haciendo que la Madre se parezca lo más posible al Hijo ya que había estado asociada a todos sus misterios. Es en cierto sentido el resultado de una vida de fe por la cual Dios vino a habitar en su seno. Eso no cambió su vida sencilla sino que siempre fue peregrina en la fe, tratando de discernir los signos de los tiempos en su historia concreta.
La fe fue el fundamento de su felicidad (Lc 1,39-56). María puso en el centro de su vida a Dios, manifestado en Cristo Jesús, y se dedicó totalmente a la causa de su Hijo, la salvación de los hombres. Porque se fue vaciando de sí misma, al final pudo llenarse totalmente de Dios y dejarse transformar por la gloria del Resucitado. Esa transformación afectó a la persona entera, cuerpo y alma, con toda la historia concreta vivida.
María, exaltada en la gloria, no está lejos de nosotros que nos debatimos todavía en medio de las dificultades de la lucha contra el dragón, que amenaza siempre con devorar la vida naciente (Ap 11,9-12,10) . María, siempre solidaria con la Iglesia que peregrina, aparece para todos nosotros como un signo de esperanza.
Como señalaba el entonces cardenal Ratzinger (Benedicto XVI), “María no está, ni simplemente en el pasado, ni sólo en lo alto del cielo, asentada en el ámbito reservado de Dios; está aquí y sigue presente y activa en el actual momento histórico; es aquí y ahora una persona que actúa. Su vida no está sólo detrás de nosotros, ni simplemente sobre nosotros; como el Papa Juan Pablo II subraya continuamente, nos precede. Nos explica nuestro momento histórico, no mediante teorías sino actuando, mostrándonos el camino a seguir.
Nuestra vida no es una pasión inútil que termina con la muerte en la nada. Estamos destinados, también nosotros, a ver transformados nuestros cuerpos y nuestras almas, las historias que hemos vivido y todas las realidades que hemos amado. Todo esto es el germen de la nueva creación inaugurada por Cristo y que vemos resplandecer también en María. En esta eucaristía alegrémonos con María porque ha llegado ya a la meta deseada y pidámosle que ella sea siempre para nosotros un signo de esperanza que nos proteja y nos lleve a trabajar por la venida del Reino.